
Siempre encumbramos los mismo nombres como pioneras de la igualdad, pero hoy debemos recuperar la figura de Susan Brownmiller, incansable voz del feminismo radical que ayudó a romper el tabú en torno a la violencia sexual y a reescribir la historia desde la experiencia de las mujeres, falleció el pasado sábado a los 90 años en Nueva York. Su vida y obra representan un antes y un después en la lucha por la justicia de género, y su legado sigue siendo una guía ética, política y cultural en la defensa de la autonomía femenina.
Con la publicación de Contra nuestra voluntad en 1975 (libro de lectura obligatoria), Brownmiller no solo visibilizó el dolor silenciado de millones de mujeres, sino que propició una transformación profunda en cómo la sociedad entendía la violación. Con valentía, articuló lo que muchas sabían pero nadie se atrevía a decir: que la violación no es un acto de deseo, sino de poder, dominación y control. Su obra fue, y sigue siendo, un alegato feminista rotundo que permitió cambiar el foco: del juicio a las víctimas al análisis de un sistema patriarcal que perpetuaba la violencia.
Desde su implicación en los movimientos por los derechos civiles en los años sesenta hasta su participación activa en la segunda ola feminista, Brownmiller trabajó siempre desde la convicción de que la unidad entre mujeres y la conciencia compartida podían cambiar las estructuras de opresión. Con otras referentes como Gloria Steinem, Kate Millett Lucretia Mott, Elizabeth Cady Stanton, y Betty Friedan, tejió redes de resistencia y sororidad que ayudaron a replantear temas como la violencia de género, la igualdad salarial, el derecho al aborto y la libertad sexual.
Su labor pionera fue esencial para que se establecieran centros de apoyo a víctimas de violación en Estados Unidos, para que se modificaran leyes que protegían a los agresores y para que, por primera vez, la violencia sexual en el matrimonio fuera considerada un delito. Esa ola de cambio fue posible gracias a la valentía de Susan y de tantas mujeres que decidieron hablar desde la experiencia y exigir justicia.
En su obra, y especialmente en el prefacio de 2013, Brownmiller señaló con lucidez que las narrativas sobre la violación habían estado dominadas durante siglos por voces masculinas: en los tribunales, en los libros, en el cine, incluso en los chistes. Con Contra nuestra voluntad, logró que la experiencia de las mujeres ocupara el centro del relato. Mostró que el respeto y la dignidad no eran concesiones, sino derechos fundamentales, y puso palabras al miedo y a la rabia que muchas llevaban dentro.
Aunque algunas de sus declaraciones posteriores, como las que responsabilizaban a las víctimas por conductas como el consumo de alcohol, generaron controversia incluso dentro del feminismo, su papel en abrir caminos de reflexión y debate no puede verse opacado. El feminismo es también crítica, evolución y matiz, y en ese proceso colectivo de aprendizaje, Brownmiller tuvo un papel fundacional.
Su denuncia de la violencia sexual durante conflictos bélicos, su trabajo contra la pornografía desde una perspectiva crítica pero democrática, y su análisis de los estándares de feminidad impuestos por la cultura patriarcal ampliaron el horizonte del feminismo como herramienta transformadora de todos los ámbitos de la vida.
Susan Brownmiller no fue solo una intelectual brillante o una activista incansable; fue una mujer que se atrevió a nombrar lo innombrable, a romper el silencio, y a exigir respeto donde antes había miedo y vergüenza. Su voz sigue viva en cada ley cambiada, en cada centro de apoyo fundado, y en cada mujer que hoy se atreve a contar su historia sabiendo que no está sola. Porque gracias a ella, hablar es también un acto de resistencia.
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