
Agosto se despide y el aire huele distinto. Las camisetas negras vuelven a escena, los calvos bajan de la playa y el aroma a underground sustituye al de la crema solar. Primer concierto de la temporada en Stereo y hay algo reconfortante en que sean ellos, The New Christs, quienes enciendan la mecha de un curso que promete noches intensas en salas, teatros y rincones al aire libre.
Hay que tener principios. Y este regreso, sin estridencias, con perfil bajo pero cargado de electricidad, se siente como una sorpresa que se disfruta mejor sin demasiadas fotos, ni demasiadas palabras. Unos bailan, otras cantan y mueven el esqueleto, y algunos simplemente nos dejamos atravesar por la música de la única forma que sabemos.
Si Serrat fuera australiano, escribiría sobre carreteras infinitas, bares que huelen a cerveza derramada y guitarras que crujen como madera vieja. Pero aquí canta Rob Younger, con esa mirada salvaje de Nick Cave y un magnetismo que convierte cada riff en un pequeño ritual pagano. El agua sin tapón se derrama en el escenario, el volumen se dispara y la sala se deja llevar, con ganas de olvidar las malas notas de junio y empezar de cero.
Desde “We Have Landed” la conexión es inmediata: riffs cortantes, bajo palpitante y una batería que late como un corazón desbocado. “Waves Form” y “Woe Betide” suenan a fricción pura, a electricidad contenida que estalla en cada golpe. El piano, traído desde Australia para dos canciones, aporta un matiz cinematográfico a “Divine Somehow” y “A Window to See”, como si alguien hubiera abierto una puerta hacia otra historia dentro del mismo concierto.
El momento cumbre llega con “Born Out of Time”, que se enlaza con un guiño salvaje a The Stooges y su “Down on the Street”. Es un regreso al futuro del rock, entre la suciedad del garage y la épica del post-punk, con una pincelada de la Velvet que parece decir: I’m Waiting for the Man. No sé si para pillar 26 dólares de alguna mierda o si la subida de glucosa veraniega venía incluida en la entrada.
Salgo con la certeza de que la temporada ha empezado bien. Que la electricidad australiana, la intimidad de un club y ciertas verdades –esas que uno se guarda para noches así– siguen ahí, esperando a ser tocadas, o contadas con un poco menos de pereza post-vacacional.
Lo disfrutaremos, a gusto.
















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