Ni siquiera en su último día en el cargo ha sido capaz de asumir la responsabilidad que le corresponde. Carlos Mazón se va presentándose como víctima, como un supuesto adalid de la reconstrucción, como si la culpa fuese siempre ajena y a él le hubiera caído encima una tormenta injusta. Una dimisión que llega un año tarde y que, aun así, pretende vendernos como un gesto noble. No lo es. Porque a estas alturas, seguimos sin saber qué cojones hizo cuando salió de El Ventorro.
Dice que asume las consecuencias, pero la gran consecuencia de su marcha será seguir cobrando durante al menos dos años —unos 86.862 euros brutos anuales— y, muy probablemente, recalar en un cómodo puestecito en el Senado o regresando a La Cámara de Comercio de Alicante. Si esa es su forma de pagar errores, ojalá todas las responsabilidades políticas fueran tan agradecidas con quien las ostenta.
Su mandato ha sido un desastre. De principio a fin. Y su salida es coherente con lo que ha sido todo este tiempo: la demostración constante del modus operandi del Partido Popular. Culpar al de al lado, aferrarse al cargo hasta que ya no queda otro remedio y, llegado el momento, envolverse en un discurso épico de sacrificio que no se sostiene por ninguna parte. Mazón no se va porque haya entendido nada: se va porque no tiene más escapatoria.
El ruido que dice querer apagar lo ha generado él. El funeral al que acudió cuando no era protagonista —y quiso serlo— también lo generó él. La fractura social por la gestión de la tragedia la ha provocado él. Si en algún momento de verdad pensó en dimitir, podría habernos ahorrado una buena lista de sufrimientos haciéndolo cuando tocaba, cuando todavía existía un mínimo de decencia posible.
Que nadie se deje engañar: no hay cambio real en el horizonte sólo porque Mazón se marche. La estructura que le ha sostenido sigue intacta, la forma de gobernar es la misma y el mensaje, también. Hoy el PP sacrifica una pieza dañada para intentar salvar la partida. Pero nada cambia mientras quienes han alimentado este desastre continúen ahí, como si no fuera con ellos.
La dimisión de Mazón no repara el daño. No limpia la gestión. No devuelve las vidas, ni la dignidad que se perdió por el camino. Su adiós es simplemente eso: el final esperado de un presidente que nunca estuvo a la altura.
















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