
Sumido en la lectura del guion y en la preparación del personaje, nadie cae en la cuenta de que esta película no tendrá banda sonora porque las teclas del piano están tapadas. Hay un extintor por si la conversación ardiera en algún momento. Nada que apuntar, porque los posits de colores están todos usados. Junto a ellos -¿Que te reta?- Reza un cartel, mientras se me escapa una risotada irónica al ver que el distintivo de la calle San Fernando se equivocó de Trueba.
Nadie lo ve, pero durante el diálogo pasan 3 camiones de mudanza, ironizando con su tránsito la condición variable de la profesión de actor. Y también un capirote extraviado en espacio y tiempo, reivindicando al secundario. Supongo que la cruz, en este caso, sería el productor. Y como veis, la parte del atrezzo está cubierta con el cambio de ubicación de la mesa, por cuestiones de aforo.
Hubiera preguntado cómo es el proceso de convertir el texto en un espacio. Cómo se matiza la personalidad del personaje en esa primera lectura. Donde se aparca el disfraz de Dalí, para ser el Rey, Ubú o un soldado de Salamina.
Leo pregunta si compensa… Y por lo dicho, entiendo que sí. Porque todo legado tiene un sentido esté escrito en pantalla o en papel. Y más si quien lo firma se llama David, y antes de enviarlo a la redacción lo ha leído en voz alta.
A mí, siempre me fascinó ser el primero que lee eso que escribes. Primero en el matiz del proceso de darle forma, luego transformado en párrafo y, por último, en respuesta a las preguntas: ¿Está a la altura? Y ¿Plasma lo que quería decir?
Ni Trueba, ni Fontserè saben la cantidad de gente que ha visto sus nucas hoy. Que hay un micro apagado a sus espaldas o que el contenido de sus vasos denota quien ha hablado más y quien ha escuchado mejor.
Es viernes y vale la pena estar aquí. Aunque solo sea para descubrir que fue Azcona quien inventó el tardeo. Que sin el agua de Valencia estos dos no hubieran sido tan amigos. Dónde y cómo se inspiran esos artículos de los martes en El País o que en La Fura son más de esgrima que de siega.
Han sido dos horas, que han dado pie a otras dos de charla entre cervezas sucumbiendo a la realidad de que no hay mejor preparación del personaje que improvisar mientras el texto de la historia real se escribe, fuera llueve y acabaremos, ya de noche pisando charcos que no esperábamos que estuvieran allí.
Quizá en eso consiste todo, en ser el personaje que toca en cada momento. En saber imaginar cuál te gustaría ser. Y también asumir que no siempre puedes ser el protagonista, ni dar por cerrado un guion que todavía está escribiéndose.
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