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Una nación viril: crónica de una mañana

7 de junio de 2025 por Jon López Dávila Deja un comentario

Alicante, sábado por la mañana. Los termómetros ya rozan los 30º, pero en la parte elevada de Fahrenheit 451, rodeado de libros todos dignos de ser devorados, se respira otra clase de fuego: el de las ideas que incomodan, que obligan a repensar el pasado desde el rigor con Zira Box como invitada de excepción.

Convocadas por la presentación de La nación viril. Género, fascismo y regeneración nacional en la victoria franquista (Cátedra, 2024), acudimos no solo a una clase magistral de historia política, sino también a una inmersión en los imaginarios que dieron forma —y sentido— a la retórica falangista en los días fundacionales del franquismo. La autora, Zira Box, doctora por la Universidad Complutense de Madrid y profesora en la Universitat de València, dialogó con la historiadora Mónica Moreno Seco, catedrática de la Universidad de Alicante, en una conversación didáctica, precisa y removedora de conciencias, en estos tiempos de olvido fáctico.

Box, con B, expuso con austeridad —la misma que reivindicaban los discursos que analiza— cómo la hipermasculinidad sirvió de andamiaje simbólico a la nación que el franquismo pretendía construir tras su victoria. Frente a la España “vieja”, pasional, meridional, exuberante, que se percibía como indolente y feminizada, la nueva España debía ser viril, sobria, regenerada. Una nación exacta, rigurosa, “desconsolada pero firme».

Lo afeminado —esa categoría flotante, casi fantasmal— no era solo una «desviación» sexual o de género, sino un riesgo existencial para la patria. El enemigo era el desorden, lo que no podía ser clasificado en los rígidos marcos morales y políticos del nuevo régimen. Así, lo femenino se convertía en un espejo temido, siempre al acecho: la pandereta frente al tambor marcial, lo frívolo frente a lo sacrificado. El futuro que se estaba escribiendo, por pudrirse en una puta cuneta.

La conversación con Moreno Seco no rehuyó lo complejo. Juntas trazaron un análisis lúcido sobre cómo los falangistas imaginaron no solo una patria, sino un cuerpo colectivo al que modelar, endurecer, purificar. “El satisfecho nunca saldrá de sí”, dijo Box, citando uno de esos aforismos del tiempo. La queja —otra vez la sobriedad— se convertía en principio motor de la reforma nacional. Reformar no desde la euforia, sino desde el desconsuelo. Y lo Castellano.

Esta “nación viril” no se quedó en el plano retórico. Su influencia impregnó los manuales escolares, la arquitectura monumental, el cine de la Victoria, la política de género, el arte y hasta la concepción de patrimonio. En un país donde la virilidad fue entendida como un valor nacional, toda ambigüedad fue sospechosa; toda fragilidad, un síntoma de decadencia.

El acto concluyó sin estridencias, fiel a esa sobriedad que tanto se discutió durante la mañana. Pero el calor —bien gestionado— no fue suficiente para apagar las brasas que quedaron encendidas. Porque si algo dejó claro la presentación de La nación viril, es que los cuerpos de las naciones también se construyen, se vigilan, se imponen. Y que la historia, cuando se piensa con rigor, nunca es un refugio cómodo, sino una provocación. Algo muy a tener en cuenta en estos tiempos en los que parece que la historia, por desgracia, vuelve a repetirse.

*Estos debates son imprescindibles. Conviene recordar, interpretar las cosas tal y como sucedieron y que quien lo hable tenga un criterio y una objetividad que los medios de hoy no tienen. Gracias a Fahrenheit 451 por ser sede – casi- oficial de ese necesario pensamiento crítico.

Publicado en: ALICANTE CIUDAD, crónicas, LITERATURA, noticias breves, patrimonio, REVISTA




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