
Vivir en Tabarca no es fácil. Más allá del atractivo turístico de la isla, quienes la habitan de forma permanente allí llevan años soportando la indiferencia institucional y el abandono de unas administraciones que solo parecen acordarse de ellos cuando llega el verano y los barcos se llenan de visitantes.
Uno de los grandes problemas, que arrastran desde hace demasiado tiempo, es el transporte. Los residentes siguen reclamando una conexión marítima pensada para quienes viven allí todo el año, no solo para los turistas. A día de hoy, el primer trayecto desde la isla no sale hasta las 10 de la mañana, un horario que dificulta cualquier actividad laboral o educativa en el continente. Lo que piden no es descabellado: tres conexiones diarias con el litoral alicantino, a primera hora, al mediodía y por la tarde. Una medida básica si se pretende que Tabarca sea algo más que un decorado estival.
Desde la Asociación de Vecinos “Tabarca Isla Plana” insisten en la necesidad de crear una comisión mixta con participación de todas las administraciones para impulsar un plan integral que no se limite al urbanismo, sino que aborde de verdad las condiciones de vida en la isla. No es solo una cuestión de movilidad: hay que pensar en servicios básicos como la atención sanitaria o la educación. Porque si no se garantiza una mínima calidad de vida, es imposible que nadie quiera quedarse.
La comparación con La Graciosa, en Canarias, es inevitable. Allí también tuvieron que pelear durante años por un transporte digno. Hoy cuentan con centro médico, escuela y una población que ha crecido gracias a políticas públicas pensadas para fijar población. En Tabarca, en cambio, todo son promesas y retrasos. Ni siquiera los concursos públicos para adjudicar el transporte han funcionado: los pliegos han quedado desiertos y no se han ofrecido alternativas. Las reuniones con la Conselleria se suceden, pero las soluciones no llegan.
La dejadez también se nota en el patrimonio. Edificios como la iglesia, restaurada pero cerrada, o la Torre de San José, pendiente de cesión, siguen sin uso, mientras otros elementos como las bóvedas de artillería o el faro se deterioran por falta de mantenimiento. Espacios que podrían diversificar el modelo turístico, permitir visitas culturales fuera de temporada y ayudar a romper con la dependencia del turismo de sol y playa.
Mientras tanto, los vecinos siguen allí, resistiendo entre la plaga de moscas del verano y la indiferencia de un ayuntamiento que, aunque tiene a Tabarca bajo su competencia, actúa como si no existiera. Regular, no prohibir. Cuidar lo propio y atender las necesidades de una población que también paga impuestos y merece servicios. Porque una isla no puede vivir solo de ser bonita: necesita vida, y para eso hace falta compromiso.
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