
La implantación de la ZAS en Alicante se ha convertido en una tragicomedia burocrática que evidencia no solo la lentitud administrativa, sino una falta preocupante de modelo de ciudad. Mientras el Ayuntamiento continúa demorando decisiones, la calle Castaños —epicentro del ruido y la desidia— sigue siendo una tortura acústica cualquier sábado por la tarde. ¿Hasta cuándo?
Alicante parece empeñada en no aprender. Incapaz de encontrar un equilibrio entre el ocio y el descanso vecinal, ha ido empujando la fiesta de un lado a otro durante la última década: del Barrio al Puerto, de Panoramis al Mercado y, últimamente, a la Playa. Pero seguimos sin tener ese lugar común, esa «parte vieja» con identidad, reconocible y compartida por todos, como sí existe en otras ciudades. La nuestra es una fiesta errante, sin raíces, y sin un proyecto claro que la ordene.
La sentencia reciente del TSJ, que niega que el ruido en Castaños vulnere derechos fundamentales, puede interpretarse como una victoria administrativa para los hosteleros. Pero sería un error usarla como excusa para seguir ignorando el problema. Porque el problema está ahí: es real, molesto y constante. Y, más allá de tecnicismos legales, exige una respuesta política.
Desde la Asociación de Vecinos del Centro Tradicional insisten en lo que parece obvio para cualquiera que haya intentado conversar en voz baja en esa calle: “lo que padecemos es terrorífico”. El Ayuntamiento lo sabe. También lo saben los hosteleros, los grupos de la oposición y los propios vecinos, que aguardan si finalmente se aplicará la ZAS como medida para garantizar un mínimo de convivencia.
Los hosteleros, agrupados en ALROA, se felicitan por una sentencia que interpretan como “un segundo intento de ZAS que pasará a la historia”. Mientras tanto, la historia que sí está pasando es la de una ciudad incapaz de ordenar su ocio, de cuidar a quienes la habitan, y de construir un relato urbano coherente.
Porque más allá de las siglas y los informes de impacto acústico, lo que está en juego aquí es el modelo de ciudad. ¿Queremos una Alicante donde se pueda disfrutar, convivir y descansar? ¿O una en la que cada fin de semana se repita la misma escena: terrazas desbordadas, gritos a media tarde y ventanas cerradas con resignación?
La pelota está en el tejado del Ayuntamiento. No basta con gestionar los plazos administrativos: hay que tomar decisiones valientes. Aplicar la ZAS no es ir contra el ocio, sino a favor de una ciudad más vivible. Y eso —en una ciudad que aún no ha encontrado su sitio común donde reconocerse— sería, por fin, un gesto de madurez.
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