Cada 25 de noviembre se repite la misma escena: declaraciones institucionales impecables, programaciones “muy feministas”, campañas llenas de lazos morados y discursos solemnes que prometen compromiso absoluto contra la violencia machista. Es un día necesario, sí, pero también profundamente insuficiente. Porque el problema no es lo que ocurre el 25N, sino lo que sucede —o deja de suceder— durante los otros 364 días del año.
La violencia machista no es una efeméride: es una estructura. Y como toda estructura, se sostiene en hábitos cotidianos, en silencios, en complicidades, en discursos que se cuelan sin resistencia. De nada sirve recitar un manifiesto feminista el 25N si al día siguiente defiendes eufemismos como “violencia intrafamiliar” para diluir el componente de género que está en el corazón del problema. De nada vale iluminar edificios públicos en violeta si después se humilla, ridiculiza o desacredita a las mujeres que denuncian. De nada sirve sumarse a la foto institucional si, en la práctica, se perpetúan actitudes, chistes, sesgos y decisiones que sostienen la desigualdad.
Convertir el 25N en una especie de réplica del “día del autobús” —ese gesto simbólico que se agota en sí mismo, que se hace porque toca, porque queda bien, porque llena el calendario institucional— es trivializar una realidad que mata. No necesitamos más actos vacíos, sino coherencia. Coherencia política, educativa, mediática y, sobre todo, personal.
La concienciación real no se construye con un cartel ni con un hashtag anual. Se construye revisando privilegios, escuchando a las víctimas, nombrando la violencia por lo que es, rechazando discursos negacionistas y exigiendo políticas que protejan, eduquen y transformen. Se construye admitiendo que el machismo sigue presente incluso en quienes se definen como aliados; que no basta con declararse feminista si los comportamientos del día a día contradicen cada palabra pronunciada el 25 de noviembre.
El 25N nos recuerda que el problema existe. Pero lo que de verdad importa es lo que hacemos del 26 de noviembre al 24 de noviembre del año siguiente. Porque la lucha contra la violencia machista no es un día: es una responsabilidad cívica permanente.
Mientras no entendamos eso, el 25N seguirá siendo solo un gesto. Y los gestos, por sí solos, nunca han salvado vidas.
















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