Estoy escuchando Hoy por hoy. Lo hago con ese gesto automático de quien enciende la radio para sentirse acompañado mientras el mundo, una vez más, parece decidido a descomponerse. Vengo de leer sobre las elecciones chilenas, donde se blanquea a Pinochet con una naturalidad que hiela la sangre. De repasar encuestas que confirman que VOX sigue creciendo en Andalucía y Extremadura. Y, de pronto, Bob Pop abre su sección buscando pioneras.
Llama una mujer que fue la primera en trabajar en una gasolinera. Otra que formó parte del reducido grupo de siete mujeres que se atrevieron a llevar pantalones en el Banco Hispanoamericano, desafiando directamente a su jefe. Luego, una mujer cartera que no tuvo referentes, porque mientras su hermano cerraba sistemas educativos, ella los abría. No conquistaban imperios. No protagonizaban grandes titulares. Pero empujaron el mundo un poco más allá de esos límites de lo permitido, que con tanta facilidad, parecemos haber olvidado.
Después entra un hombre en antena. Habla de ser el primero que no se casó, de ser padre sin cumplir el guion completo que se esperaba de él. Y ahí todo encaja: cada uno de esos gestos —pequeños, cotidianos, casi invisibles— fue una forma de desobediencia ratificada en que, también, fue el primer insumiso de su pueblo… Una grieta en el muro.
Todo merece una efeméride. O, al menos, ser recordado. Porque los derechos no aparecen por generación espontánea. No están ahí porque sí. Están porque alguien se rebeló. Porque alguien decidió ponerse pantalones cuando no tocaba, trabajar donde no debía, vivir como no estaba escrito. Gracias a eso hoy tú o yo podemos ir a trabajar como queramos, elegir de qué vivir, o simplemente existir con un poco más de aire.
Y por eso inquieta tanto el presente. Porque lo que hoy damos por garantizado mañana puede no serlo. Porque con Kast en Chile o con VOX aquí, hay cosas que podrían dejar de hacerse. Y no por grandes prohibiciones inmediatas, sino por ese retroceso lento, normalizado, que se disfraza de orden, tradición o seguridad.
Es curioso cómo nos meten miedo desde ese lado. Miedo al otro, al cambio, a lo que se sale de la norma. Y sin embargo, desde este lado, no sabemos —o no queremos— jugar con una base de miedo mucho más real: el miedo a perder lo ya conquistado. El miedo a volver atrás. El miedo a que un día alguien tenga que volver a ser “la primera” en algo tan básico como ponerse unos pantalones para ir a trabajar.
Quizá por eso conviene escuchar estas historias. Recordarlas. Nombrarlas. Para que no se nos olvide que cada derecho fue, antes, una osadía. Y que nada, absolutamente nada, está ganado para siempre.
(no lo olvides la próxima vez que votes).
Deja una respuesta