Después de casi catorce años de obras, paralizaciones y promesas, el Centro 14 de Alicante por fin está terminado. Pero el resultado dista mucho de lo que se esperaba. El edificio, concebido originalmente como un espacio de formación, creación y encuentro para la juventud, se transformará ahora en una suerte de contenedor híbrido: una mezcla de aulas, salas de ensayo y exposición… y oficinas municipales.
En lugar de reforzar su papel como núcleo cultural y formativo, el Ayuntamiento ha decidido llenar el edificio con departamentos administrativos procedentes del antiguo Hotel Palas. Turismo, Comercio, Recursos Humanos o Medio Ambiente ocuparán parte de un espacio que, se suponía, debía servir para dinamizar el tejido artístico y juvenil del Casco Antiguo.
La decisión resulta aún más desconcertante si se tiene en cuenta que los espacios culturales de la ciudad —como Las Cigarreras— continúan funcionando “a salto de mata”, sin una planificación clara ni recursos suficientes. En lugar de reforzar su estructura o descentralizar los servicios culturales, se opta por improvisar despachos en un edificio que nunca estuvo pensado como sede administrativa.
Paradójicamente, esos mismos despachos podrían tener un papel útil si se destinaran a lo que realmente necesita el sector: asesorar, acompañar y simplificar los innumerables trámites burocráticos a los que se enfrentan artistas, colectivos culturales y jóvenes emprendedores. Pero esa posibilidad ni siquiera se menciona.
Tras catorce años de espera, tres adjudicaciones, rescisión de contratos y prórrogas, Alicante por fin tiene su Centro 14. Lo que no tiene, al parecer, es un plan coherente para que cumpla la función con la que fue concebido: ser un verdadero motor de la juventud y la cultura local, no un aparcamiento de funcionarios.
Le hacía falta una buena evolución, un cambio… y parece que la Concejalía de Juventud seguirá limitándose a ser un «estado residual basado en la repetición».
Una pena.
















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