
Nunca he creído en gurús, por que nadie es infalible, pero hace poco descubrí a Mario Alonso Puig, un cirujano que, a base de justificaciones científicas, te ofrece una visión de la vida que hace que desde las cosas simples, tu estado físico y mental mejore.
La gente habla de azar, de que los astros se alinean, o de fe, y supongo que yo estoy en una fase de mi vida, en la que, a pesar de mi mala costumbre de ponerlo todo en duda, estoy más abierto a escuchar y ¡Voilà! me dejo convencer más fácil. Unas veces por convicción, otras por conveniencia y otras porque en procesos de experimentación uno se da cuenta de que la forma de actuar ante determinados avatares de la vida importa mucho, y hay cosas que no se encuentran ni en la Biblia, ni en los libros de autoayuda. Toca salir a buscarlas.
En ese punto, supongo que lo más difícil de actuar de la manera «correcta», es ponerte a justificar porqué lo haces. No lo había pensado, pero buscarle un nombre, un apellido, una definición, o una expresión a algo, hace que tu acción, y tu forma de «accionarte» cobre un sentido distinto. Y llevar a cabo algo con tranquilidad o con empatía, relaja, provocando consecuencias que abren vías diferentes para que la vida te entre en el cerebro y se vaya dividiendo (des)ordenadamente por el resto de tu cuerpo.
De ahí mi cita inicial al cirujano, o a toda esa gente que en las redes sociales se esfuerza por hacerte entender la importancia de la química, de las endorfinas, la serotonina, la dopamina o la oxitocina, y de las diferentes técnicas (no válidas todas para todos) que te ayudan a segregarlas, Se trata de probar cuál te viene mejor, para hacer que la relación que tienen estos cuatro químicos naturales con tus sensaciones vitales, amorosas, laborales o de simple inspiración y motivación, te lleven a hacer – que no soportar- el resto de las cosas.
Con ellas furrulando por tu cuerpo, aunque no seas consciente, das los abrazos más largos, no te estresa dejar pasar a la gente antes que tú, sonríes, ves las aristas positivas de cada cosa que pasa ante ti, miras, escuchas, paladeas, hueles y describes mejor -o más precisamente, al menos- esa diferencia que existe entre lo que te perturbaba y lo que te hace feliz.
Muchas de nuestras creencias y nuestros hábitos han estado ahí siempre sin que nos planteemos ni de dónde vienen, ni si nos vienen bien. Por eso, a veces, hay que sucumbir a determinados cambios, hacer autocrítica y encontrar en el movimiento la justificación que acaba mejorando nuestras días. De dentro, hacia fuera. De la misma manera que el arte y todos los sentimientos que, como yo, tú tienes dentro de ti.
Al vaciarte entero, ya sea con un sobre-esfuerzo, o con el resultado de una meditación incitada que te enseña a respirar mejor, dejas espacio para que, de fuera, entren otras cosas. Los niños lo hacen sin ser conscientes, los jóvenes lo desvirtúan con cierta impulsividad y cuando, ya no lo esperabas, resulta que podías recuperarlo. Simplemente, había que fijarse, darle un valor y mirarlo con una mirada más madura.
La aspiración, tanto en el efecto de aspirar aire, como en la acción de desear algo, resulta excitante. Y cuando la vida se vuelve así, el vacío se llena de muchas de las cosas que ahora valoras, porque en algún momento, no las tuviste y las deseabas.
Sin querer, lo de dentro, y lo de fuera se ha equilibrado.
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