
Para empezar la semana, os voy a contar una vieja fábula de Benedetti que explica a la perfección el poqué de la locura del amor.
Dice así…
Cuentan que una vez se reunieron en un lugar de la Tierra todos los sentimientos y cualidades de las personas. Cuando el Aburrimiento había bostezado por tercera vez, la Locura, siempre tan impulsiva, propuso:
—¿Jugamos al escondite?
La Intriga levantó la ceja con curiosidad, y la Curiosidad, sin poder contenerse, preguntó:
—¿Al escondite? ¿Cómo se juega?
—Es un juego —explicó la Locura— en el que me tapo la cara y empiezo a contar desde uno hasta un millón. Mientras tanto, ustedes se esconden, y cuando termine de contar, el primero que encuentre ocupará mi lugar para continuar el juego.
El Entusiasmo bailó, seguido de la Euforia. La Alegría dio tantos saltos que terminó por convencer a la Duda e incluso a la Apatía, a la que nunca le interesaba nada. Pero no todos quisieron participar. La Verdad prefirió no esconderse, ¿para qué?, si al final siempre la encontraban.
La Soberbia opinó que era un juego muy tonto (en el fondo le molestaba no haber tenido la idea) y la Cobardía prefirió no arriesgarse.
—Uno, dos, tres… —comenzó a contar la Locura.
La primera en esconderse fue la Pereza, que, como siempre, se dejó caer tras la primera piedra del camino.
La Fe subió al cielo, y la Envidia se escondió tras la sombra del Éxito, que había logrado trepar a la copa del árbol más alto. La Generosidad casi no encontraba lugar para esconderse, porque cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos: un lago cristalino, ideal para la Belleza; el vuelo de una mariposa, perfecto para la Sensualidad; una grieta en un árbol, ideal para la Timidez; una ráfaga de viento, magnífica para la Libertad. Así que terminó ocultándose en un rayo de sol.
El Egoísmo encontró un lugar excelente desde el principio: cómodo, ventilado… pero sólo para él.
La Mentira se escondió en el fondo del océano, mientras que la Realidad se ocultó detrás del arco iris, y la Pasión y el Deseo dentro de los volcanes.
El Olvido… se me olvidó dónde se escondió, pero eso no importa.
Cuando la Locura contaba 999,999, el Amor aún no había encontrado un lugar, pues todos estaban ocupados. Al final vio un rosal y, enternecido, decidió esconderse entre sus flores.
—¡Un millón! —contó la Locura y comenzó a buscar.
La primera en aparecer fue la Pereza, a tres pasos de una piedra. Después escuchó a la Fe discutiendo con Dios en el cielo sobre Teología, y a la Pasión y el Deseo los sintió en el vibrar de los volcanes.
En un descuido encontró a la Envidia y, claro, pudo deducir dónde estaba el Éxito. Al Egoísmo no tuvo que buscarlo, pues salió disparado de su escondite, que resultó ser un nido de avispas.
De tanto caminar, sintió sed, y al acercarse al lago descubrió a la Belleza. La Duda fue aún más fácil de encontrar, pues estaba sentada en una cerca sin decidir de qué lado esconderse.
Así fue encontrando a todos: al Talento entre la hierba fresca, a la Angustia en una oscura cueva, a la Mentira detrás del arco iris (¡mentira!, si estaba en el fondo del océano) e incluso al Olvido, que ya había olvidado que estaban jugando al escondite.
Pero… el Amor no aparecía por ninguna parte.
La Locura buscó detrás de cada árbol, en cada arroyo del planeta, en la cima de las montañas… y cuando estaba a punto de rendirse, vio un rosal lleno de rosas. Tomó una rama y comenzó a mover las hojas, cuando de pronto un doloroso grito se escuchó: las espinas habían herido los ojos del Amor.
La Locura no sabía cómo disculparse. Lloró, rogó, pidió perdón y hasta prometió ser su guía.
Desde entonces, desde aquella primera vez que se jugó al escondite en la Tierra, el Amor es ciego y la Locura siempre lo acompaña.
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