
El I Congreso de Periodismo Musical, celebrado en Madrid, ha sido el escenario para denunciar la precariedad que afecta a los periodistas del sector. Un centenar de asistentes han compartido experiencias y análisis sobre una profesión que enfrenta una «sobresaturación promocional angustiosa» y que no ofrece estabilidad económica a quienes la ejercen. Muchos de ellos, a lo largo de su trayectoria, han tenido que combinar su vocación con otros trabajos ajenos al periodismo para poder subsistir, reflejo de una crisis que no ha hecho más que agudizarse desde el desplome del papel como soporte y la llegada de la pandemia.
Además de la precariedad laboral, otro de los temas abordados ha sido la creciente dependencia de los medios respecto a agentes de la industria que buscan beneficios directos. En un ecosistema donde festivales y marcas financian a las revistas especializadas, la independencia editorial se pone en entredicho: ¿hasta qué punto puede ser veraz un medio si su subsistencia depende de no incomodar a sus anunciantes?
Es obvio que el periodismo musical se encuentra en una encrucijada compleja. Por un lado, algunos de sus profesionales se aferran a una visión elitista, incapaces de aceptar que los tiempos han cambiado y que la forma en la que el público consume información ha dado un giro radical. Por otro, está la exigencia de mantener una calidad intachable, algo que requiere tiempo, esfuerzo y recursos, y que choca con un entorno donde la inmediatez, la precariedad y la superficialidad dominantes.
En medio de todo esto, el lector, el oyente o el consumidor de contenido parece haber cambiado su criterio de valoración: la profundidad y el rigor ceden ante la inmediatez y la popularidad de figuras influyentes en redes, que han convertido la música en un espectáculo vacío. Lo que evidencia que en 5 segundos de vídeo no se puede pretender convencer a nadie de nada. Y, seguramente, el debate debería centrarse en decidir si seguir relatando, en modo esnob, para unos «clientes» concretos, o dedicar una parte de los esfuerzos en cambiar los hábitos de quienes ni tienen tiempo, ni demandan esa calidad que hace buena la frase de «Cualquier tiempo pasado fue mejor».
Como era de esperar, el fenómeno de los influencers ha sido otro punto de debate. Mientras algunos consideran que no representan una competencia real para el periodismo musical, otros señalan que han cambiado las reglas del juego, desplazando a profesionales en eventos y conciertos. La simplificación del discurso en redes sociales ha convertido la crítica musical en un mero ejercicio de promoción: se destacan gustos personales sin análisis profundo, y la calidad del contenido queda relegada ante el impacto mediático.
La búsqueda de nuevas fórmulas de financiación y sostenibilidad es una de las grandes preocupaciones del sector. La transición del medio tradicional al pódcast, así como la necesidad de equilibrar la representación de mujeres en el periodismo musical, han sido otras cuestiones discutidas durante el congreso. En un contexto en el que el tiempo para la reflexión escasea y el valor del contenido se diluye entre el ruido digital, el periodismo musical sigue luchando por encontrar su lugar sin renunciar a su esencia.
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