
Por Andrés Leal
El 13 de junio finalizó otra temporada de La poesía secreta con el Bingo Poético producido y conducido por Ángels Feliu y Berenice. Cierre de temporada en La terracita encantada que ofreció la oportuna ocasión para participar en la actividad y quedarse con las ganas de que comience la siguiente (previsiblemente al finalizar el verano).
Como escribió Auden: “la poesía no hace que ocurra nada” y, sin embargo, tanto para quienes solo llevan unas coplas, como para quienes se acompañan de poemarios durante toda su vida, los versos consiguen que las palabras se ordenen -a veces desordenándose- para expresar una idea, una sensación, un sentimiento.
A la poesía, generalmente, no se llega a través de la enseñanza oficial, sino a través de otros medios: un verso tatuado en una espalda, la letra de alguna canción, la recomendación de tu escritora de confianza, mediante un amigo o amiga… incluso, a veces, por sí misma: apareciendo en la página en blanco mientras tecleas con el pensamiento abandonado en tu interior.
No sé cómo llegaron a ella Berenice o Ángels. Lo que sí puedo entender es por qué el amor a la poesía las llevó a poner en marcha un proyecto tan necesario como el Bingo Poético. Lo sé porque yo mismo me he visto embarcado en aventuras similares. Con esto solo quiero decir que conozco de primera mano todo el trabajo previo que hay que realizar para poner en marcha esa idea ilusionante que, en el fondo, no consiste más que en compartir ideas y sentimientos. Compartir y también reivindicar y despertar las voces casi olvidadas de la poesía.
Porque se trata de una celebración, la creación de un momento especial, ritual y ancestral. Poner en marcha esta actividad supone hacer todo desde la propia voluntad y el esfuerzo personal. No solo aquello que resulta agradecido: la puesta en escena frente al público. Sino, también, la selección de poemas, la búsqueda de un local que acoja la actividad, la promoción, la búsqueda de colaboraciones (durante el bingo, algunos poemas se presentan grabados por otras voces), la preparación de los cartones y los premios del bingo… la producción de la actividad, en definitiva.
O lo que es lo mismo, todo un trabajo no remunerado destinado a un público minoritario, sin eufemismos, que va creciendo en cada una de las convocatorias.
En ocasiones me pregunto por qué hacemos estas cosas, por qué Ángels, por qué vosotras y nosotros. Actuamos como si le debiéramos algo a la poesía, a la sociedad, a las y los poetas. O tal vez actuamos como quien ha descubierto algo fantástico y no puede evitar compartirlo, cueste lo que cueste el esfuerzo.
Quizás es mejor no preguntárselo. En Alicante sabemos que es necesario todo sacrificio cultural que nazca de nuestra voluntad. Es el único modo de que existan brotes verdes en este extenso territorio creativo que la cultura oficial considera páramo olvidado. Esto hace todavía más necesaria esta cultura bajo radar.
En este orfanato cultural, una vez más, el pueblo salva al pueblo. Y si en el terreno poético La poesía secreta está acompañada en su lucha del Slam poético o de salas como El Refugio, y de los espacios que librerías como Fahrenheit ofrecen para realizar estas actividades, en el resto de ámbitos artísticos, iniciativas como Alacant Desperta, Alacant Open Studios o ALC Videoart Festival, por citar algunas, nos salvan del criterio burocrático oficial.
Solo estas iniciativas, personales, sin ánimo de lucro, consiguen completar el pastel cultural donde la programación oficial solo supone un porcentaje, ni siquiera el 50%, de una oferta cultural sana.
Ángels y Berenice suman una cuenta más en el ábaco. Con un Bingo poético mensual que hace gira por distintos locales alicantinos (siempre hay que estar al tanto del día, el lugar y la hora), ofreciendo un recital poético inmerso en el popular juego del bingo -lo que ayuda a mantener al público atento y participativo- y alternan poemas recitados en directo con otros cantados, normalmente a capella por Ángel, y otros pregrabados que permiten la participación de personas que por cuestiones diversas no están en el evento.
Los recitales están compuestos por poemas de cualquier época, mayoritariamente escritos en español. Aunque en ocasiones realizan eventos temáticos, como en el Día de la Mujer o en San Valentín (con los versos de desamor).
Además, al finalizar la sesión de bingo, abren el micro a cualquiera que quiera participar, sea para leer un poema que conoce y quiere compartir, o para leer algún poema propio. Esta participación, que a mí me parece imprescindible, lleva no solo a sentir más cercanía con el público asistente, sino a conocer a poetas de nuestra ciudad, de nuestro barrio. Es un momento que trae a veces gratas sorpresas.
El bingo poético, como toda cultura bajo radar, es un acto de generosidad con el vecindario, con la ciudad, con la literatura y con la cultura. En mi última intervención, en una de estas citas bingueras, intenté expresar en el micrófono un pensamiento (o una sensación) que quiero recuperar hoy: cuando estoy allí, no me importa que la gente entre y salga (porque quizás estamos en un espacio, una librería tal vez, en horario de apertura), no me importan los sonidos de copas, los comentarios de algún niño o niña, ni que equipo de sonido esté mejor o peor ecualizado. Esta clandestinidad, de búsqueda de día, espacio y hora, este hacer frente a toda contingencia, me hace pensar en tiempos en los que este tipo de encuentros solo podían hacerse así: sin apoyo oficial, casi en secreto, contando únicamente con la voluntad de quien lo organiza y de la necesidad que demandan quienes participan.
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