Cada seis meses nos vemos en el mismo ritual: mirar el reloj, cambiarlo una hora y escuchar en la radio los recordatorios de siempre. Que si dormimos una hora más o menos, que si el cuerpo se resiente, que si “total, es solo una hora”. Pero todos sabemos que no lo es. Es mucho más: es una «costumbre» que hace tiempo dejó de tener sentido, especialmente en lugares como Alicante.
Aquí, donde el sol nos acompaña generoso casi todo el año, los argumentos que un día justificaron el cambio horario suenan ya a pasado. No hay ahorro energético que lo respalde, no hay ganancia real en bienestar ni en productividad. Lo que sí hay es un trastorno innecesario de nuestros ritmos vitales, un cansancio difuso que llega cada marzo y cada octubre como una visita molesta que nunca fue invitada.
Alicante vive al compás del Mediterráneo. Nuestros horarios —tardíos para comer, largos para disfrutar de la tarde, flexibles con la luz— ya se ajustan de forma natural a nuestro clima y a nuestra manera de vivir. Aquí el sol no se desaprovecha; se celebra. No necesitamos que un decreto nos diga cuándo aprovecharlo. Cambiar la hora en una ciudad que disfruta de más de 300 días de sol al año es tan absurdo como ponerle despertador al verano.
Además, las temperaturas suaves y la estabilidad de la luz hacen que las supuestas ventajas del horario de verano sean, sencillamente, irrelevantes. La economía local —centrada en el turismo, la hostelería y el comercio— se organiza según la luz real del día, no según las manecillas del reloj. En pleno siglo XXI, con iluminación eficiente y hábitos flexibles, la idea de “ahorrar energía” moviendo la hora pertenece a otra era.
La ciencia lleva tiempo advirtiéndolo: este cambio periódico altera el sueño, el humor y la concentración de millones de personas. Los beneficios son mínimos, los perjuicios, evidentes. Y lo peor es que lo asumimos como una incomodidad inevitable, cuando no lo es. Europa lleva años debatiendo acabar con esta práctica, y ya va siendo hora —nunca mejor dicho— de que se haga realidad.
Por eso, si 2026 se convierte finalmente en el último año del cambio horario, será una pequeña gran victoria del sentido común. En Alicante, y en tantos otros rincones donde la vida sigue el ritmo natural del sol, lo agradeceremos. Que el reloj marque una sola hora, pero que la vida no pierda ni un minuto más en ajustarse a algo que hace tiempo dejó de tener lógica.















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