
Salió el sol y con él, la fiesta. Un milagro digno de estudio: el pasado sábado, en plena amenaza de lluvia, Alicante disfrutó de una jornada radiante en Los Conciertos del Baluarte. Como si el mismísimo Zeus tuviera un acuerdo tácito con Producciones Baltimore, la música y el buen tiempo se aliaron para brindar un espectáculo que no dejó a nadie indiferente. Dejando claro que igual es más factible sacar en procesión a Nuno Pico que a muchos santos y vírgenes que saldrán a pasear por nuestras calles próximamente.
Grande Amore, la banda gallega que no conoce el significado de la palabra «moderación», desató el delirio entre el público. Un puto arrebato de punk con grelos que acabó con un mestizaje de pasión colectiva, que acabó con el sorprendido cantante alzado en volandas mientras recitaba sus «satánicos»versos en galego como si de un paso de Semana Santa se tratase.
Procesión pagana lógicamente, en un Castillo que otrora se ensangrentaba con luchas entre católicos y musulmanes, repitiendo lo que Los Conciertos del Baluarte han convertido en una rutina de sábado como ir a misa, pero con mejores canciones. fervor musical y un mar de manos y móviles en modo «Rec», sosteniendo al cantante mientras los sintetizadores y cajas de ritmo marcaban el compás de un rito electrónico.
Y es que en su reciente trabajo, «III», la banda hace un interesante mezcluje de matices punk, techno, ritmos industriales y la siempre encantadora agresividad del galego que viene bien avalada por Os Resentidos, Heredeiros da Cruz y todas aquellas bandazas que abrieron el melón.
En esta liturgia sonora se puede beber cerveza, se puede saltar, experimentar una revelación mística al ritmo de la corneta sintética, esa tendencia que, sin saber cómo, se ha convertido en la banda sonora de la vida moderna (y de muchas bandas sevillanas, últimamente).
Aquí no hubo tanto de eso, porque ninguno de los dos era sevillano, pero antes de que el delirio colectivo se apoderara de la jornada, conviene decir (con letras grandes de portada de misal) que Ruvenruven estuvo a la altura abriendo el evento con la presentación en sociedad a la Alicante moderna de su «Plastic Boy». Y si Grande Amore nos llevó de procesión electrónica, Ruvenruven nos montó en una nave espacial con dirección a un planeta donde el avant-pop y el R&B conviven en armonía.
No es que sea una secta tipo Opus, o Carlos Jesús en Raticulín, sino que su música es como un sueño extraño del que no quieres despertar: sonidos atmosféricos, composiciones meticulosas y una fusión tan arriesgada que desafía la lógica, pero que funciona de puta madre. Algo así como si James Blake se hubiera perdido en una verbena gallega y hubiera decidido quedarse a experimentar.
Cuando todo terminó, como todos los sábados, la «marabunta baluártica» descendió del Castillo del Sinaí, digo de Santa Bárbara, con la sensación general de haber sido testigos de algo más que un concierto. Fue un aquelarre musical, una celebración del eclecticismo, una prueba de que Alicante, cuando se lo propone, sabe armar planes que dejan huella.
Y por si alguien se quedó con ganas de más, la traca final será este sábado 29 de marzo con San Tosielo y Viscopaf, poniendo el broche de oro a una temporada donde la música, el buen rollo y los eventos gratuitos han convertido el castillo en el templo definitivo del gozo.
Porque si algo nos ha enseñado esta edición de Los Conciertos del Baluarte es que no importa el pronóstico del tiempo: si hay sintes de corneta, pasión gallega y un público dispuesto a convertir un bolo en una experiencia atea, un guateque en las alturas y lo demás… bueno, supongo que como las sagradas escrituras es secundario.
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