Fui pobre. Sí. Creo que en pasado. Y no escribo ésto por dar pena, porque para eso lo hubiera escrito el día que me di cuenta de que no podía ir a hacer la compra. O la primera vez que vi mi cuenta en números rojos. O cuando se me hizo un agujero en mis zapatillas de diez años y me las tuve que seguir poniendo dos años más.
Escribo esto, porque habiendo estado ahí fui consciente de que no todos los pobres de hoy mendigan, ni viven en la calle. No, es peor que eso, aguantan… porque deben rendir cuentas a una sociedad que no entiende que no salgas a tomarte una cerveza o a comer por ahí. O, más bien, no entienden lo que duele no poder hacerlo cuando te apetecería. O hacerlo para no acabar de morirte del todo, aunque, en realidad, no deberías.
Sí, yo vengo de aquella extinta clase media, que más o menos, tenía suficientes medios para sobrevivir y algo más. De ahí, un día te ves cambiando la ternera por el pavo, el aceite de oliva por el de girasol, el coche por el bonobús y la dignidad por la supervivencia.
Ves como se vacían tus posesiones, tus ahorros, dejas de poder ver series, de comprar vinilos, de normalizar ver partidos de fútbol por la tele… al final eso da igual, lo que duele, en realidad, es que tus amigos te tilden de rancio porque siempre dices que «no» a todo… y te digan, entre risas: «búscate un trabajo mejor», pero nadie te lo ofrece, o te lo facilita. «Estudia una oposición» – repiten, como si fuera posible compaginar el estudio con la depresión, o la ansiedad, que nadie te diagnostica, porque ni te puedes permitir un psicólogo, ni la Seguridad Social es lo que era.
Y psicomatizas todo. Te duele lo que callas. Te mata lo que disimulas. Te cambia el carácter, te vuelves uraño, arisco, antisocial… te olvidas de lo que es sonreír, dejas de escribir, dejas de tocar la guitarra (por si rompes una cuerda)… y en ese círculo vicioso, todo viso de realidad pasada es un jarro de agua fría, que se te mete dentro y no sale.
No hay un grado de medida para comparar lo que para mí era un problema y lo que los que me rodeaban definían como «sufrimiento». Con todos mis respetos, salvo una enfermedad, dudo que haya nada peor que no tener suficiente dinero para pagarte ni una habitación de alquiler, la comida ó un tratamiento que haga desaparecer los fantasmas que te acechan. O sí, tener más orgullo que el debido, supongo.
No soy quien para pedirle empatía a nadie, pero muchas veces, la justicia hubiera paliado gran parte de esta deuda que contraemos con lo que la sociedad considera normal. Pero normal no es que reclames dignidad, o que te paguen lo que te deben en la fecha acordada, o que no te cobren los autónomos si no facturas ni esos 300€ de cuota.. burocracia lo llaman.
Todo pequeño detalle, hace que te sientas más pequeño. Y más pobre. Obviamente, nadie nos educa para ésto. Toda visión de futuro se hace desde un prisma positivo que el día a día de lo vivido por mi generación ha destrozado con dosis, demasiado fuertes, de realidad.
Hoy me congratula seguir vivo. Haber podido llevar a cabo todo eso que ha evitado que como a muchos expedientes ocultos, me hubiera dado por pensar que sobro y que nadie se va a dar cuenta si me quito del medio. Eso era lo más triste, pensar que muchos llorarían luego, lo que «debían» haberme ayudado a llorar antes. Porque eso también, me ha tocado verlo.
No es mi exigencia. Es lo que deberíamos pedirle al mundo: que nadie pasara por esto nunca. Que todos tuvieran un mínimo para pasar el temporal, para formalizar un proyecto de vida, para crear o, al menos, para sentirse útil en este mundo con más ombligo que observación.
Como ves, si me conoces, parece fácil de detectar. Hubiera bastado con observar la ropa, el cambio de carácter, el paso más allá que no se ve, pero que se abre con una simple pregunta: – ¿cómo estás?- o -¿todo bien?- que últimamente, con esa falta de tiempo para hablar que cambias por mirar mierdas en tu móvil, se ha perdido.
Fui pobre. Es tan simple, como eso. Y tú, no te diste cuenta.
Y no lo escribo como reproche, sino porque ahora que he salido del agujero veo a gente que está en mi misma situación y pienso que a tu lado habrá alguien que, más o menos, calle todo lo que yo te acabo de contar. Sobre todo si se dedica a la cultura. Así que observa más, que la aporofobia disimulada no te impida ver que tu amig@ ha caído y que quizá tú, hoy, puedas ayudarle a respirar un rato. Porque no todos los pobres de hoy, viven en la calle, ni mendigan. Hay muchos, que, simplemente, están intentando dedicarse a cambiar el mundo, o a alegrarte el día (irónicamente) a través de la cultura.
Deja una respuesta