
Las redes sociales han dado voz a todo el mundo. Lo que en teoría en el que todo el mundo tiene «derecho a opinar» parece una democratización del conocimiento. Pero en la práctica se ha convertido en un lodazal donde el intrusismo profesional campa a sus anchas. Instagram y TikTok han elevado a la categoría de gurús a individuos sin formación, que se erigen en expertos en nutrición, salud, sexualidad, terapias adelgazantes, entrenamientos o cualquier otra disciplina, sembrando una peligrosa confusión entre quienes los siguen ciegamente.
La falta de capacidad crítica de una generación acostumbrada a consumir información en píldoras de 30 segundos es alarmante prioriza el titular sobre el contenido con todo el peligro que eso implica.
Los algoritmos no premian la veracidad, sino la viralidad. Así, los verdaderos expertos, los que han dedicado años de estudio y esfuerzo a su campo, quedan sepultados, ahogados por un mar de contenido simplificado y, en muchos casos, erróneo. La realidad científica y profesional se ve eclipsada por estrategias de posicionamiento y marketing digital.
Este fenómeno no solo desprestigia a los verdaderos especialistas, sino que pone en peligro la salud y el bienestar de las personas. Cuando un influencer sin formación recomienda dietas milagrosas, tratamientos pseudocientíficos o ejercicios potencialmente lesivos, está jugando con la vida de sus seguidores. El intrusismo es, en esencia, una amenaza directa a la profesionalidad y a la seguridad de los consumidores. Que deriva en que la gente acabe creyendo que la tierra es plana, que por 800€ van a arreglar su dentadura, o que en un mes va a tener un cuerpo de 10.
El reciente debate sobre la regulación del trabajo de entrenadores personales en gimnasios es un claro ejemplo de esta problemática. ¿Debe un monitor con FP tener el mismo acceso a ciertos puestos que un graduado en Ciencias del Deporte? Más allá de la polémica específica, la cuestión central es que necesitamos regulaciones claras y estrictas en todos los ámbitos para evitar que cualquier persona sin la debida formación pueda ejercer como experto.
El conocimiento no puede ser un simple contenido de consumo rápido. Reivindicar la formación, la titulación y la experiencia no es elitismo, es una necesidad para garantizar un mínimo de calidad y seguridad. La era de los falsos gurús debe llegar a su fin antes de que la libertad de Musk y su eliminación de reglas haga que lleguemos, como siempre, demasiado tarde.
Deja una respuesta