De Torrijos, a estar iluminado por un fluorescente en el que se puede leer «Torrija», y con cara de no saber si la foto de algún radar le iba a amargar la gira, llegó apurado el SEÑOR (con mayúsculas) Pablo Und Destruktion, al Söda.
Álvaro Coalla (ilustre batería de Doctor Explosión, entre otros) se había adelantado antes para dejar preparado el entramado sónico del deleite. Su presencia dejaba claro que aquello no iba a ser un acústico y que la espera nos iba a merecer la pena.
Entre eso, el vermú, los chanchullos y que era sábado, a nadie se le ocurrió mirar al reloj. La media de edad de los presentes era suficientemente alta, para quitar peso al acumule de conversaciones pendientes que siempre quedan, entre los que ya no nos vemos tanto como antes.
Y el espectáculo empezo…
No sé el tiempo que uno tiene que pasar para que un sonido de guitarra te evoque un día gris, de lluvia, digno de la Asturias industrial de otra época. Tampoco sé si Jaques Brel estuvo en Gijón, ni si hubiera sido capaz de encontrar una similitud entre su «chanson» de Amsterdam y lo que un humilde y elegante trovador moderno ha hecho con ella. El caso es que en una ciudad tan falta de lluvia y costumbrismo, como Alicante, se agradece mucho estas dosis de realidad que, como siempre, nos interesan a, escasamente, 35 personas. Pero mejor pocos y bien avenidos, que muchos y de postureo.
El mundo, en general, ha olvidado que los lujos son ésto. Que requieren más dosis de poesía, que de foto con filtro de Instagram. Diría que en esos filtros Edouard Limonov, hoy en día, tendría el mismo puto éxito que Pablo, o que yo. Pero, a pesar de lo que digan las estadísticas, personalmente, sigo pensando que toda (r)evolución parte de la parte retraída que nos permite aprender de lo que hablamos, y lo que escuchamos, mientras la vida pasa.
Es puro y bello, a la vez. Como un reducto rojo que pasa desapercibido entre tanto tono pastel. Sin quererlo, pero quizá pretendiéndolo, el set list se adaptaba precisamente a la libertad imperante. Esa que Ayuso (y otr@s) desvirtúan y que sólo encuentras en aulas con profesores alternativos de pueblo, como el visitante ilustre Juan Bay.
Aquí se aplaude la ironía, la crítica social, la realidad en blanco y negro, el loop en modo gaita, el salto de Charly García, el silbido en modo western de «esos fueron los días» y el inevitable recuerdo de aquel concierto en el que temblaron los putos cimientos del Arniches.
Los míos, también vibraron. Aquel día, y el sábado. Y siempre que, por una cosa o por otra, tengo que recurrir al sr Und Destruktion, para menearme la normalidad. Es como un kit de emergencia para ponerte los pies en el suelo y recordarte que aunque pasen 500 años, no estaremos muertos, porque algo quedará de acumular sensaciones, y conclusiones, como las que uno sólo se extraen, cuando ponen a prueba sus convicciones, sus exageraciones, sus locuras, lo que valoras y lo que echas de menos.
Todo esto, más un abrazo, se perdieron los que no vinieron. Pero a ritmo de Golliat cerraré reconociendo, que esto, más de lo que te pierdes, es de que cómo vives lo que tienes. Y eso, incluso con evocaciones de lluvia, blancos y negros, prisas y demás, creo que se parece más a la felicidad, de lo que algunos, que siguen buscándola, piensan.
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