
En el último capítulo de Deforme Semanal, Lucía Lijtmaer e Isa Calderón nos regalaron casi una hora y media que debería considerarse patrimonio emocional de la izquierda feminista contemporánea. Pasa habitualmente, pero quizá, como era el broche de oro a una temporada que nos ha dado cientos y cientos temas de reflexión, cerraron gira de teatros hablando de la dignidad.
No como concepto abstracto, sino como pulsión vital, como músculo de resistencia y, también, como espectáculo. Porque la dignidad, cuando se toma en serio, no puede ser silenciada, ni mucho menos encorsetada en un formato anodino encarnado por un anuncio de Kate Blanched o la voz masculinizada de las referentes de «La Transición». La dignidad, como mostraron ellas, se interpreta, se baila, se grita, engorda (y no pasa nada) se subraya con neón y se acompaña con la ironía justa que permite seguir respirando en medio del fuego cruzado del puto discurso dominante.
Lijtmaer y Calderón no hacen un podcast: hacen presencia. Una presencia incómoda para los de siempre, porque desde su disidencia (y su guion, y su análisis, y su humor incómodo y lúcido) despliegan todo un mapa de afectos, rabias, libros, cultura pop y análisis político que incomoda con la misma intensidad que reconforta. Como lo hace «Late Xou» desde la televisión pública, o «Al cielo con ella» con una cámara de televisión pública y una mirada única. Como lo hacen, también, quienes desde espacios no hegemónicos —aulas de instituto, sindicatos, locales okupas, librerías militantes, medios alternativos— levantan cada día la bandera de la dignidad sin focos, sin trending topics o sin patrocinadores de multinacional. Porque esos cabrones prefieren la guerra de Israel, los festivales de música o financiar las campañas de Trump y sus sombras europeas.
Este último episodio es un homenaje a toda esa gente que no entra en la foto pero sostiene la imagen. Gente que, como diría Isa Calderón, “se lo ha currado”. Actrices con maleta. Docentes feministas sin altavoz. Sindicalistas que huelen a fotocopia y café. Cineastas que filman con cuatro duros y un propósito. Susan Sontag. Comediantes que no son ‘graciosos’ según los parámetros del prime time, pero que sacuden estructuras desde una mesa con bocatas de panceta y unos kilos más que el estereotipo patriarcal. Toda esa gente que encarna la dignidad sin necesidad de definirla.
Y es que la dignidad no es una pose: es una práctica. No es un concepto neutral, sino un acto político para que nos respeten sin necesidad de estar muertas. Y en este capítulo, como en tantos momentos de su trayectoria, Deforme Semanal demuestra que el feminismo no es solo teoría, sino acción con cuerpo, risa y furia. Que se puede tener la voz aguda, la risa suelta y el maquillaje corrido y, aun así, decir verdades con la contundencia de un manifiesto. Y con más seguidores que la manifestación con banderas de las que hoy fardan algunos políticos oportunistas.
Escucharlas es, cada vez más, una necesidad afectiva y política. Como leer a Irantzu Varela cuando desmonta el patriarcado con un vídeo de tres minutos. Como Clara Serra cuando cuestiona el poder desde la filosofía. Como Yolanda Domínguez cuando entreteje pasado y presente desde la mirada crítica. Como abrir un número de Pikara Magazine o adentrarse en los ensayos de Silvia Federici o Paul B. Preciado o como la indignación que provoca leer los relatos del miedo que cada día publica Cristina Falaras en su Instagram. Son voces que documentan lo que otros silencian, que dan forma a lo que parecía innombrable, y que dignifican los márgenes no con compasión, sino con poder.
En tiempos donde lo minoritario es fácilmente absorbido por las modas —vaciado de contenido y convertido en pose para campaña de marketing—, Deforme Semanal resiste con una honestidad que no se compra ni se vende. No aspiran al Óscar, ni falta que hace. Lo suyo es otro premio: el de saber que cada dos semanas, alguien, en algún rincón de este país o de otro, siente que no está sola. Que su forma de estar en el mundo tiene sentido. Que ser digna, aunque te digan que no lo eres, es un acto de amor radical (y sin chupete).
Y por eso, cada semana, dedicarles una hora y media no es perder el tiempo. Es invertirlo en pensar. En investigar. En visitar esa librería donde recomiendan autoras olvidadas o reescuchar a Britney Spears. Es construir comunidad desde la escucha. Porque, al final, como ellas bien dicen, el feminismo no es una moda: es una necesidad vital.
Y eso, amigas, también es dignidad.
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