Inspirado por Carlos Arcaya, me he dado un paseo «admirando» el mezcluje sin ton ni son que todo alicantino, y visitante, puede ver cuando se da una vuelta por los alrededores del puerto. En realidad, la desconexión de todo lo que huele a arte y progreso en Alicante, es común en el resto de la ciudad, pero claro, en un lugar «Explanada-centrista» se hace más evidente el pifostio escultórico, que como bien dice el periodista de La Ser, poco tiene que ver con lo que significan El Peine de los Vientos en Donosti o Puppy en Bilbao.
Centrar y contextualizar las propuestas ayudaría a que el arte, también, tuviera un valor. Porque, al final, aunque retiraron la esperpéntica fachada del Casino, es inevitable fijarse más en el banderón de España de la Plaza del Mar, o al oso panda gigante que furula por La Explanada, que en el surfista o en «el adivinador» descabezado de Ripollés, que es el que dio pie a la polémica.
Si preguntas, a todo el que tiene pinta de guiri, por si saben que dos calles más allá están el MACA o el MUBAG, o si se han fijado que en el final del paseo hay una sala de Exposiciones, te miran con cara de – ¿Qué dice este pirado? -. (rizando el rizo diría que muchos a los que pregunté eran de aquí y tampoco tenían ni puta idea de nada de todo esto).
Tomando a Ícaro como referencia, a lo mejor, todo esto no es más que una personificación moderna del Laberinto de Creta. El problema es que en vez de plumas, hay focos que nadie enciende y que, a pesar de los barcos de vela, y de los paseantes perdidos, convendría elegir un punto de referencia y contextualizar el resto de las piezas para poner en valor un lugar bello, que sin sentido, pierde su esencia. Más o menos, como los artistas que con este fárrago nos quedan.
Y a ell@s, los artistas, también, y a los que están por venir, les vendría genial que no todo valiera, o que si vale, se establezcan unas pautas de criterio más homogéneas, duraderas y mejor conservadas que las que están. Porque la calle, también, puede ser un museo, siempre y cuando uno sepa lo que ve, lo que tiene delante y por qué coño está ahí y no en la siguiente esquina.
El paseo termina. Y uno se queda ensimismado mirando al mar. Ahí, todo el arte es uno. Tras de mí, aparte de artificial y desordenado, no sé bien a qué atenerme.
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