
«La memoria es el centinela del cerebro.» – William Shakespeare
Hay algo profundamente inquietante en la forma en que vivimos hoy. Nos deslizamos por la existencia con una indiferencia abrumadora, como si el mundo no nos concerniera realmente. Quizás el mejor reflejo de esto sea nuestra relación con la memoria y la empatía, o mejor dicho, con su ausencia.
Cada mañana, mientras el autobús recorre su ruta habitual y los auriculares nos aíslan del murmullo de la ciudad, nos topamos con pequeñas cápsulas de conocimiento en rincones inesperados de Internet. Para mí, una de ellas es quefas.es, que se ha convertido en mi pequeño ritual diario. Lo que empieza con una frase célebre que despierta mi mente, continúa con una recomendación musical que, en ocasiones, me abre nuevas puertas o me devuelve a lugares olvidados de mi vida. Pero luego llegan las dos partes que me sacuden más fuerte: las efemérides y la celebración del día.
Las efemérides nos confrontan con un problema vergonzoso: la fragilidad de nuestra memoria colectiva. Pasamos de puntillas sobre eventos históricos que han marcado el rumbo del mundo, y que, sin embargo, parecen condenados a ser una simple anécdota en el pie de página de nuestra cotidianidad. Nos olvidamos de las luchas que nos trajeron hasta aquí, de los sacrificios que hicieron otros para que podamos disfrutar de derechos que ni siquiera valoramos. La historia se diluye en la superficialidad de la inmediatez. Es una ironía dolorosa: recordamos qué comimos hace una semana, pero no qué ocurrió en nuestra sociedad hace veinte, cincuenta, cien años.
Pero lo que realmente me deja con un nudo en el estómago es la segunda parte: descubrir qué se conmemora hoy. Porque, mientras suena el disco recomendado y el autobús avanza, pienso en cuántas personas leen que es el Día del Autismo, del Cáncer Infantil, del Refugiado, del Medio Ambiente… y siguen como si nada. Como si esas palabras fueran letras muertas en una pantalla. ¿Cómo es posible que alguien lea «Día del Autismo» y no sienta un pellizco en el alma? ¿Cómo podemos leer «Día del Inmigrante» y no detenernos a pensar en todas esas vidas atravesadas por la desesperación y la esperanza de un futuro mejor?
Yo no puedo. No porque sea mejor persona, sino porque la vida me ha golpeado lo suficiente como para entender que cada una de esas fechas es una historia viva. Me gustaría que más gente sintiera esa conexión. Que «Día del Alzheimer» no fuera solo una etiqueta, sino un recordatorio para llamar a ese familiar que empieza a olvidar nuestros nombres. Que «Día del Refugiado» nos empujara a mirar con otros ojos al que huye de una guerra que no pidió. Que «Día del Medio Ambiente» no fuera un post en redes sociales, sino un compromiso real con el planeta.
Pero vivimos en una sociedad que se ha anestesiado a base de distracciones. Que se indigna rápido, pero olvida más rápido aún. Que simpatiza con una causa cuando es tendencia, pero la abandona cuando el algoritmo deja de empujarla. ¿Cómo hemos llegado a este punto en el que la empatía es un bien escaso?
Tal vez la respuesta esté en cambiar la forma en que nos relacionamos con el mundo. En no solo leer «Día del Autismo» y pasar de largo, sino en hacer algo, aunque sea pequeño. En recuperar la memoria y la conciencia. En dejar de ser meros espectadores de la realidad y asumir, de una vez por todas, que cada una de esas fechas no son solo palabras en una pantalla: son vidas, son luchas, son historias que nos tocan a todos.
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