
No siempre la vida te lleva donde quieres. A veces te lleva donde puede, donde queda sitio. Y muchas personas mayores, en esta ciudad, han acabado viviendo en ese margen silencioso donde nadie mira demasiado: la soledad no deseada.
Alicante anuncia un nuevo servicio para combatirla. Un programa integral, interdisciplinar, con buena voluntad y palabras bien elegidas. Doce profesionales para atender a una población mayor que supera con creces cualquier estadística amable. Doce. En una ciudad de más de 300.000 habitantes. Una de cal y otra de arena.
Porque sí, es un paso. Pero también es un síntoma. La soledad no se combate solo con titulares ni con programas que nacen ya desbordados. Se combate con continuidad, con presencia, con recursos suficientes. Y, sobre todo, con una mirada que entienda que envejecer no convierte a las personas en un bloque homogéneo, intercambiable, moldeado en serie.
Este año que termina ha sido especialmente duro. Los recortes sociales han dejado sin talleres a cientos de personas mayores. Talleres que no eran un pasatiempo, sino una excusa para salir de casa, para hablar con alguien, para sentirse parte de algo. Cuando desaparecen, no solo se pierde una actividad: se pierde rutina, se pierde vínculo, se pierde sentido.
Se suele señalar a las bibliotecas como espacios de encuentro. Pero no hay vida para ellos allí. No de verdad. Y la poca que hay, más allá de que puedan leerse el periódico, o coger prestado un libro, responde a un estándar que uniforma, que somete a todos a la misma horma, como si las trayectorias vitales, los intereses y las heridas fueran idénticos. Como si bastara con llenar una sala para llenar una vida.
La soledad no deseada no siempre es ausencia de gente. A veces es ausencia de lugar. No encontrar dónde encajar, dónde ser escuchado sin prisas, sin paternalismo, sin esa sensación constante de estar de más.
Doce profesionales harán lo que puedan, y probablemente más. Pero la pregunta sigue ahí, incómoda: ¿es esto suficiente o es solo lo justo para decir que se ha hecho algo? Porque la soledad no entiende de horarios administrativos ni de ratios optimistas. Es persistente, silenciosa y, cuando se instala, cuesta mucho expulsarla.
Combatirla de verdad implica asumir que cuidar también cuesta. Que no todo se soluciona con programas piloto ni con discursos bienintencionados. Que hay vidas enteras esperando algo tan simple —y tan complejo— como ser tenidas en cuenta.
Y que la soledad, cuando se recorta lo social, siempre encuentra la manera de crecer.
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