
La ciudad de Alicante ha intensificado su control sobre la limpieza urbana con un incremento notable de sanciones: cien multas en solo diez días. Sin embargo, este endurecimiento de la normativa no es más que un parche temporal a un problema que tiene raíces más profundas: la combinación de una falta de civismo creciente con un sistema de gestión de residuos lleno de deficiencias.
Las infracciones más comunes siguen siendo el abandono de escombros en la vía pública, micciones en la calle y la deposición de basura fuera del horario establecido. No obstante, estas conductas incívicas no se pueden combatir únicamente con sanciones. El problema de fondo radica en la falta de concienciación y en un sistema de gestión de residuos que no facilita una adecuada separación, reducción y reutilización de los desechos.
Mientras las multas se disparan, Alicante sigue sin avanzar significativamente en términos de limpieza y sostenibilidad. En lugar de apostar solo por la penalización, es fundamental invertir en campañas de sensibilización que fomenten el respeto por el entorno urbano. Se trata de educar en lugar de castigar. El Ayuntamiento debería priorizar programas de concienciación en colegios, barrios y comercios, promoviendo las famosas «tres R»: reducir, reutilizar y, finalmente, reciclar.
Además, no se puede perder de vista el papel de las administraciones y las empresas en la proliferación de residuos. Si bien se sanciona a quienes depositan la basura fuera de horario o ensucian la vía pública, ¿por qué no se multa también a quienes inundan los supermercados de envases de plástico innecesarios? ¿O a quienes fomentan un modelo de consumo desechable en lugar de incentivar la reutilización? No se trata solo de controlar al ciudadano, sino de exigir responsabilidad a toda la cadena de producción y consumo.
El retraso de Alicante en cuestiones de limpieza es evidente, la presencia negacionista de Vox es una lacra y la aprobación de la nueva ordenanza municipal debería ir acompañada de medidas estructurales que no solo castiguen, sino que ofrezcan soluciones reales. Si queremos una ciudad más limpia y sostenible, la clave está en cambiar el enfoque: educar antes que sancionar, reducir antes que reciclar, y exigir más responsabilidad a quienes generan los residuos desde el origen.
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