Ahora que se acerca la navidad y la vorágine del año para, el emigrante es más consciente de que su vida está partida en dos.
Da igual el tiempo que hagas desde que te alejaste de las personas que nos vieron crecer, lo que nos enseñó a amar, los apegos primigenios, el hogar y todo un principio de vida. Con ello, rompemos lazos, nos perdemos cumpleaños, aniversarios, nacimientos o enfermedades de gente a la que queremos. Pero siempre hay una parte de ti, que está ahí, por muy lejos que estés.
Con el tiempo aprendes a relativizar, a ir y venir, a asumir que el don de la ubicuidad no está inventado y a dar importancia a lo que estás viviendo ahora, y a las personas con las que lo estás viviendo.
La idiosincrasia de tus hijos será diferente, porque la mitad de sus abuelos, sus tíos y los amigos de su padre, no van a estar para enseñarle lo que supone la familia, o la parte socio-cultural de una parte que metafóricamente, lleva en la sangre. En la realidad, todo queda en tradiciones reinventadas, platos, sabores y olores que concibe como propios. Aunque, en realidad, yo trato de que su identidad, sea una, y no se reparta, como inevitablemente, ha sucedido con la mía.
No es añoranza, es una reformulación de tu identidad, en medio de un cisma constante en el que, por muy adaptado que estés, ya no serás ni de aquí, ni de allí. Porque nunca te alejaste lo suficiente, ni pudiste acercarte a lo que tus vecinos tienen y tú dejaste allí.
Supongo que la ventaja es que, con algo menos de apego, tienes el cariño repartido en muchos cachitos. Aunque siendo sincero, en estas fechas, lo que apetece, es que todo eso estuviera más unificado.
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