
Un nuevo capítulo se abre en la eterna disputa entre la libertad de expresión y el derecho al honor. Esta vez, el centro del conflicto vuelve a ser la memoria de Miguel Hernández, ese poeta del pueblo que, pese a su muerte temprana, continúa habitando el corazón de quienes creen en la justicia, la verdad y la palabra libre.
El nombre del autor de Nanas de la cebolla resurge en medio de una batalla judicial. La Fiscalía Provincial de Cádiz ha recurrido una sentencia que condenaba al historiador Juan Antonio Ríos Carratalá por, supuestamente, vulnerar el honor de un secretario judicial franquista que participó en el proceso que acabó con la vida del poeta. Un revés judicial que ha encendido el debate entre juristas, historiadores y defensores de la memoria democrática.
Miguel Hernández fue víctima de una maquinaria represiva que lo condenó a muerte en 1940. Aunque la pena fue conmutada, el destino lo llevó a recorrer penales de toda España hasta llegar, enfermo y exhausto, al Reformatorio de Adultos de Alicante, donde falleció en 1942. La tuberculosis fue el diagnóstico, pero fueron las condiciones inhumanas, la desnutrición, el abandono y la tristeza los que lo apagaron. Murió con apenas 31 años, dejando tras de sí una obra poderosa, pero también un abismo: todo lo que aún tenía por decir, por escribir, por vivir.
Aquel joven cabrero de Orihuela, que se convirtió en poeta de la resistencia, sigue siendo símbolo de libertad creativa. Y hoy, su figura vuelve al centro del escenario judicial y político, no por su obra, sino por el intento de silenciar la labor de quienes investigan las raíces del horror que lo condenó.
La demanda fue presentada por el hijo del alférez implicado en su proceso judicial. La justicia de primera instancia dio la razón a esta versión de los hechos, sancionando al historiador por expresiones que interpretó como ofensivas. La sentencia obligaba a rectificaciones, retiradas de artículos, e incluso sancionaba a varios medios. Pero ahora, el Ministerio Público se alza en defensa del derecho a investigar, a analizar el pasado, y a decir lo que muchos callaron durante décadas.
En esta causa no se juzga sólo a un académico, ni se debate únicamente sobre lo dicho en un artículo o en un libro. Se pone sobre la mesa el valor de la memoria, la responsabilidad con el pasado, y la necesidad de nombrar con claridad a quienes formaron parte de una estructura represiva que arrasó vidas, silenció voces y sembró miedo.
Por primera vez, en el marco de un recurso judicial, el Estado reconoce expresamente a Miguel Hernández como víctima de la dictadura. Y esa sola frase es ya una reparación. Aunque simbólica, es profundamente significativa para quienes aún luchan por que se haga justicia.
Porque Miguel Hernández no sólo escribió versos inolvidables: fue una conciencia crítica, un relámpago en medio de la noche, un poeta con la ternura de un padre y la firmeza de un combatiente. Lo que le arrebataron no fue solo la vida, sino todo lo que aún tenía por regalarnos. ¿Qué poemas quedaron sin nacer en aquellas celdas oscuras? ¿Qué libros no escribió, qué ideas no sembró, qué caricias no dio?
Hoy, cuando se vuelve a intentar cerrar la boca de quienes buscan la verdad, el nombre de Miguel Hernández se convierte, otra vez, en estandarte. Su legado no es sólo literatura: es dignidad, es resistencia, es futuro.
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