
A veces, la foto perfecta se ve empañada por un fondo gris. Otras, la banda sonora importa más que la imagen en sí. Incluso con lluvia a la vista, Los Conciertos del Baluarte se han establecido como una opción sólida y alternativa. Las capuchas y la cerveza se llevan bien, y a veces, un ambiente lluvioso es lo que se necesita, sobre todo si las gotas suenan a shoegaze y rock castizo, y sin apenas movernos, vivimos una mañana británica en Manchester… Sí, las mañanas de sábado en Alicante, también, pueden tener un toque poético.
Era 8 de marzo y más de 600 personas subimos al Castillo de Santa Bárbara como una manada de una especie en peligro de extinción que reivindica su existencia ascendiendo por una ladera que hace no mucho, no concurría ni dios. Hoy, el Baluarte, es un espacio en el que velamos armas de autenticidad, los que buscamos el alma en una serie de guitarrazos y sonidos nuevos entre piedras milenarias.
Es cuatro meses al año, pero se ha convertido en una costumbre. No sé si por el plan en si, o porque la gente se ha cansado del modo festival y busca alternativas para recuperar la buena costumbre de redescubrir bandas a través del directo. Y así, en esta sala improvisada al aire libre – aquí que se puede – este sábado, dio gusto mezclarse con gente que como yo, subió a ver a Mute y a Camellos. Por la música, por la experiencia, porque tienen hijos a los que educar, o porque mola aprovechar el día reivindicando senderos urbanos, plazas vacías y panorámicas de vida, que haberla hayla, en Alicante.
La matinal comenzó con Mute, la banda de Aspe que ha logrado trascender más allá de la escena local y se ha establecido como uno de los referentes más potentes del rock actual. Con un sonido afilado y en plena forma, en el que por momentos, parecía que El Castillo iba a empezar a derrumbarse, el grupo hizo gala de su evolución con un directo demoledor.
Señales (2024), su último disco, fue el eje de la actuación, cuajado de temas que conectaron con un público que se dejó llevar. En esto consiste, en (re)conocer esa parte de escena que hace nada no tenía donde reivindicarse, y ahora tiene el sitio, el público y la oportunidad de que ese goteo de camisetas blancas, se expanda.
El plato fuerte llegó con Camellos. Falta ironía en este mundo de princesas y alitas en las que han convertido el pop algunos. A mí no me gustan los chándales. Y menos asociados a un plan dominguero. Pero sí que entiendo la parte kinki de reivindicar la irreverencia, haciendo de la elegancia en rojo y negro (como la CNT) un nuevo imaginario colectivo al que uno puede subirse como al Castillo.
Cantar «Arroz con cosas» en la Capital nacional de la gastronomía, tiene su aquel. Pero aparte de grandes temas, mola que los madrileños cedieran el micro a colectivos feministas que tiñeron de morado y amarillo girasol una parte de la mañana.
De lo demás, lo bueno de este formato es que permite a las bandas desencorsetarse y darse el lujo de hacer versiones (como ‘Mi fábrica de baile’ de Joe Crepúsculo) o tirar de temas que seguramente en un festival no tocarían. Y eso, es importante, porque no solo de hits vive el ser humano. Y conviene probar cosas diferentes, salirse del guion, o que como llueve y no quieres que se te moje la pantalla, cambies el objetivo del móvil, por tus ojos y tus sensaciones .
Camellos volvió a demostrar que su punk castizo sigue tan vigente como siempre. Y con matices, todo esto, acaba siendo como un vermú con cosas. Que unas veces el cuerpo te pide callos, otras bravas y otras que lo aderezado sea lo del vaso. Eso sí, siempre con guitarras y distorsión. Que es sábado y no hay que perder las nuevas costumbres.
Los conciertos que quedan en marzo:
- Este sábado 15 de marzo: Jordana B + Elia
- Sábado 22 de marzo: Grande Amore + Ruvenruven
- Sábado 29 de marzo – San Tosielo + Viscopaf
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