
Resulta irónico que en plena celebración del día del Libro, en un país que aún arrastra desigualdades estructurales, donde la precariedad laboral convive con aulas masificadas, listas de espera sanitarias interminables y salarios científicos ridículos, es sumamente demoledor leer que el Gobierno de España invertirá 10.471 millones de euros adicionales en gasto militar. Más todavía cuando entre las primeras compras destaca una partida de 6 millones de euros en balas fabricadas en Israel, un Estado que en estos momentos es objeto de duras críticas internacionales por su ofensiva en Gaza.
Pedro Sánchez ha anunciado a bombo y platillo que, por fin, su Gobierno cumplirá con la exigencia de la OTAN de destinar el 2% del PIB a Seguridad y Defensa. Una decisión que, según sus palabras, no afectará al gasto social, ni requerirá nuevos impuestos, ni tendrá que pasar por las Cortes. Pero la pregunta no es solo si puede hacerlo sin romper otras promesas: es si debe hacerlo.
El argumento esgrimido por el presidente es que “el mundo ha cambiado”, y por tanto las prioridades deben adaptarse. Pero no se puede obviar el giro ideológico que supone esta decisión. ¿Dónde quedan las campañas del “No a la guerra” que históricamente ha enarbolado «la izquierda» española? ¿Cómo se puede defender la diplomacia y el pacifismo mientras se destinan miles de millones a equipamiento militar y armamento?
Que parte del presupuesto se dedique a mejorar las condiciones laborales de las Fuerzas Armadas o a preparar mejor la respuesta ante catástrofes naturales puede tener un sentido compartido. Pero el grueso del plan es otra cosa: reforzar la industria militar, adquirir sistemas de ciberseguridad, radares, satélites y armas para disuadir “a quienes puedan atacarnos”. El lenguaje puede sonar técnico, incluso razonable, pero no deja de ser una manera edulcorada de justificar una apuesta por la militarización.
La decisión de comprar munición a Israel, además, choca frontalmente con los valores democráticos y humanistas que el Gobierno dice defender. En lugar de levantar la voz contra el uso de la fuerza desproporcionada, se abre la cartera. ¿Qué mensaje se lanza al mundo, y a los ciudadanos españoles, con ese gesto?
La ignorancia, la violencia o el extremismo no se combaten con más armamento. Se combaten con más inversión en educación, cultura, ciencia y cooperación internacional. Cada euro destinado a fabricar balas es un euro que no se invierte en formar ciudadanos críticos, en prevenir conflictos, en construir paz desde la base.
En un momento histórico que reclama visión, empatía y altura política, el Ejecutivo ha optado por ceder al chantaje geopolítico de la OTAN y al ruido de los tambores de guerra. Y eso, por mucho que se vista de estrategia industrial o de impulso tecnológico, es una renuncia política y moral.
La seguridad de un país no se mide por el número de drones o tanques que posee, sino por la calidad de vida de su gente, la solidez de sus instituciones, la cohesión de su sociedad. Apostar por balas en lugar de libros es, simplemente, apostar por el miedo en lugar del futuro.
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