Ayer se acumularon los lazos negros y la suspensión de eventos por «adhesión» a los tres días de luto oficial decretados por el Gobierno y por respeto a las víctimas de la Dana.
La consideración y la pena que provoca cualquier catástrofe es obvia, pero si no va ligada a la reflexión o a la ayuda activa, no tiene mucho sentido extirpar la actividad en el mundo. Porque éticamente, no se hace por lo que pasa en Gaza o en Ucrania, o porque haya más de 40 asesinatos machistas al año, o, si es por cercanía, por la gente que cada día muere en el Mediterráneo.
Más allá del debate moral o sociológico que implica plantear la forma que cada uno tiene de gestionar su duelo, si sales a la calle, la vida sigue igual: Los niños van al colegio, tú a trabajar, siguen colgando los murciélagos de Halloween en los escaparates, sirven cafés, cervezas y «sol y sombras» en los bares, los museos siguen abiertos, las ticketeras siguen vendiendo entradas y llegando paquetes de Amazon a tu casa… pero no va a haber conciertos, ni obras de teatro, ni visitas guiadas, ni mercados… Y, en cierta manera, eso es una «discriminación» con lo que sí se para por solidaridad, entre otras cosas, aunque no debería ser un lujo, hay gente que no se puede permitir ser solidario.
Hasta aquí, puedes estar más o menos de acuerdo. Pero el fin de este artículo es denunciar que con la suspensión, el trabajo de cientos de artistas se queda en el limbo, porque hay un matiz entre aplazar y suspender un evento. En el primer caso, hay un compromiso explícito del organizador con el artista, en el segundo, la obligación no es tal, y ¿adivina quién se queda sin cobrar? o, en el mejor de los casos, ¿Quién va a cobrar más tarde?
El populismo y la solidaridad, no están reñidos con la dignidad. Como demostró el Covid, en los tiempos difíciles, la cultura es el mejor bálsamo que hay. Y el consuelo de unos, no puede acabar siendo la ruina de otros. De ahí la duda de si suspender cosas es, realmente, una forma de respeto.
En mi opinión, obviamente, no.
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