
Benidorm arranca la temporada alta repitiendo su fórmula más clásica: hoteles llenos, dependientes del turista internacional —sobre todo británico—, y una ciudad que vuelve a girar exclusivamente en torno al negocio turístico. En mayo, la ocupación hotelera rozó el 85%, superando las cifras del año pasado, en un repunte que las instituciones locales no dudan en celebrar. Pero lo que se presenta como éxito económico, oculta un fracaso político y de modelo de ciudad.
La Costa Blanca, en general, mantiene datos positivos —aunque más moderados que en 2024—, mientras la patronal hotelera sigue marcando el paso del relato institucional, feliz con que los visitantes extranjeros mantengan en pie una estructura que hace tiempo que da signos de agotamiento. El turismo masivo, de sol barato y vuelo low cost, continúa fagocitando los recursos públicos, encareciendo la vivienda, precarizando el empleo local y condicionando hasta el urbanismo. Mientras el turista, ni siquiera paga una tasa turística para «compensar su estancia».
En Benidorm, más de dos tercios de los visitantes que pernoctaron en mayo procedían del extranjero. Más de la mitad de los hoteles estuvieron ocupados por británicos, repitiendo el patrón de dependencia de un mercado único, volátil y frágil. La ciudadanía local, mientras tanto, asume las consecuencias de una economía monodirigida: infraestructuras saturadas, servicios públicos tensionados y un centro urbano convertido en parque temático.
El mercado nacional sigue perdiendo peso y, cuando asoma, lo hace en segmentos menos visibles para la estadística: viviendas turísticas sin regular, campings, o segundas residencias. Y aunque la ocupación media en la provincia se resiente ligeramente respecto al año pasado, el modelo sigue intacto. Ni diversificación, turismo cultural centrado en los Festivales, sin inversión seria en alternativas sostenibles. Todo sigue subordinado al mantra de la “planta hotelera llena”.
Lo más preocupante no es que el turismo internacional sostenga las cifras, sino que las instituciones continúan apostando únicamente por ese camino, incluso en zonas que muestran síntomas de saturación o desgaste. Las secuelas de fenómenos meteorológicos extremos como la Dana apenas han tenido impacto más allá del lujo: los hoteles de cuatro estrellas mantienen el tipo, mientras que los de cinco sí notan todavía la desconfianza del visitante de alto poder adquisitivo. Pero eso, al parecer, no preocupa.
El modelo turístico alicantino se felicita por sobrevivir año tras año, sin preguntarse si debería cambiar. No hay una estrategia para desestacionalizar, ni para integrar el turismo con el entorno social, ni mucho menos para reequilibrar el peso de la economía hacia sectores con mayor valor añadido. Mientras tanto, seguimos celebrando la ocupación como si fuera la única medida de bienestar posible.
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