- Obra. Sis hectàrees d´oliveres
- Lugar: Las Cigarreras CC
- Dirección: Aina Tur
- Elenco: Anna Alarcón y Nao Albet
–«Apaga el móvil y la vibración» – fue lo primero que dijo Anna Alarcón en mitad de la oscuridad de una Caja Negra.
Aunque no me hace falta que me lo recuerden, esta vez, pensé para mí –Pero… ¿Cuánto tiempo? –
Venía de tener una de esas discusiones tontas derivadas de preguntar si – ¿te apetece venir conmigo al teatro?
– ¿teatro?… pero si es en catalán, y tú no entiendes catalán– .
–Hay tantas cosas que tú no entiendes, amigo– pienso, enfadado, para mí. Y, una vez más transformo el diálogo en monólogo interior, asumiendo que la pega es la evidencia de negarse a evolucionar. Porque aunque es verdad que no hablo catalán, lo entiendo, o lo intento, al menos. Y aunque no lo entendiera, teniendo tiempo (que no lo tengo para todo lo que me gustaría), lo que yo veo como una oportunidad para aprender algo (o para sorprenderme), mucha gente lo transforma en un impedimento, que, a la hora de la verdad, no fue tal.
No todo se explica con palabras. Y menos en una obra como «Sis hectàrees d´oliveres». La puesta en escena, te atrapa desde el primer momento. Entre la oscuridad, la quietud y el ejercicio de imaginación que proponen Anna Alarcón y Nao Albet, desde la primera descripción del ambiente que les rodea, hasta los pensamientos que detallan en voz alta, pasando por sus respectivas actitudes corporales. De todo eso, se despierta en ti una ensimismación máxima.
La sensibilidad te va acariciando, humeante, como la maqueta de la masía donde te los imaginas hablando de un pasado lejano, que empieza a dolerte intensamente en cada detalle que susurran, sin apenas mirarse.
Todos tenemos fobias. Las mías no son las aceitunas, pero empatizo con la protagonista. Desearía darle el fuego que demanda, ayudarle en su empeño de quemar su pasado y ese hilo que ata en su extremo los porqués para padecer un desquicie que aviva la tensión, a medida que el diálogo sigue mezclando reflexiones de dentro y de fuera de sus respectivas maneras de contar la historia.
En la autoficción, quedan los renglones a interpretar que no me sale de los huevos – o de los ovarios – destriparle a quien no se atrevió a sufrir en sus carnes esa tensión que ni el fósforo, ni el pasado, ni las fobias, ni el idioma supieron hacer explotar.
Y, encima, no voy a encender el móvil aún, porque eso me arrebataría la sensación que tanto me ha costado encontrar. A mi alrededor vibran cosas, vuelan mensajes – sin emoticonos- hay llamadas sin tono. Es el teatro en esencia. La interpretación, el argumento, el ensayo, las 100 reflexiones diferentes que te va provocando hasta llegar a la sorpresa y los porqués del desenlace.
En realidad, como nos pasa a todos, nuestros miedos son infundados o vienen de sitios que acostumbramos a tragarnos. El teatro, desde el escenario y desde la butaca, sirve para aprender a sacarlos. Pero eso implica ir, pensar, gastar una porción de tiempo de esas que acostumbras a perder no haciendo nada, aprender a interpretar y a saber quedarte con la cantidad exacta de emoción que tu cuerpo requiera para ese momento en el que aplaudes, los protagonistas saludan y dudas si merece la pena volver a conectar el móvil.
En realidad, sabes que la respuesta es no, Pero eso es algo, que como el catalán, algunos no quieren entender.
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