
Ayer quedó clara, una vez más, esa inquietante simbiosis entre política, religión y fiesta que asfixia a Alicante. En la visita de Alberto Núñez Feijóo a la ciudad, lo que debía ser un acto político se convirtió en una lamentable postal de sumisión institucional: abrazos, sonrisas, compadreo evidente entre los presidentes de las fiestas más importantes —Hogueras y Semana Santa— y los líderes del Partido Popular, Carlos Mazón y Luis Barcala. Una imagen que debería preocupar a cualquiera que defienda una ciudad plural, libre de servilismos y clientelismos políticos.
Porque lo de ayer no es nuevo, pero sí es obsceno. Alicante lleva años secuestrada por un modelo de fiesta convertido en cortijo para unos pocos, donde los valores cívicos y culturales han sido reemplazados por cuotas de poder, redes de favores y connivencia con el partido de turno. Y el PP, con Mazón y Barcala al frente, ha sabido convertir esta estructura en maquinaria electoral, una especie de puerta giratoria, que acaba con las cabezas visibles de la fiesta, siempre, en las listas electorales del partido de derechas. El caso de Barcala, designado pregonero «por méritos festeros», no es sino la enésima caricatura de esta farsa: un alcalde ensalzando su propio culto en un escenario que debería pertenecer al pueblo, no al aparato político.
La presencia de Feijóo en ese contexto no fue casual ni inocente. Se trató de un acto coreografiado con precisión: símbolos religiosos, autoridades festeras, líderes políticos, todo bien mezclado para consolidar un relato: el PP como dueño moral, emocional y estético de la ciudad. Una operación de blanqueo, si se quiere, en la que incluso se olvida —u oculta— el hecho de que Mazón y Feijóo arrastran 228 muertos a sus espaldas, víctimas del drama de las residencias y de políticas sanitarias discutidas y discutibles. Pero aquí no hay memoria, solo petardos y cohetes.
El maridaje entre fiesta y poder ya no es anecdótico, es estructural. Las Hogueras y la Semana Santa, que deberían ser espacios de encuentro y expresión popular, han sido colonizadas por una red clientelar que distribuye cargos, favores y protagonismo mediático entre los suyos. ¿Dónde queda la ciudadanía? ¿Dónde la crítica, la diversidad, la transparencia? En ninguna parte. Solo queda la foto de ayer: abrazos al PP, sonrisas cómplices, y una ciudad convertida en decorado electoral.
Menos mal que lo politizamos todo. Aunque algunos prefieran llamarlo tradición. Otros lo vemos claro: es mafia institucional. Y Alicante merece más. Mucho más.
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