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¿Y si te pasara a ti? La política como ejercicio de empatía

11 de junio de 2025 por Jon López Dávila Deja un comentario

Vivimos en una época donde las decisiones políticas a menudo se toman desde la trinchera ideológica, desde la certidumbre agresiva de quien cree que jamás tendrá que lidiar con aquello que legisla. La política, en demasiados casos, se ha convertido en un juego de normas frías, dictadas como si la vida fuera algo que sucede “fuera” de casa. Pero ¿y si no fuera así? ¿Y si el verdadero punto de partida para legislar, juzgar o decidir fuera la pregunta más básica, más humana y más desarmante: ¿qué pasaría si me pasara a mí?

Hace unos días, el actor Robert De Niro se unió a otros intérpretes como Jamie Lee Curtis o Cynthia Nixon al expresar públicamente su apoyo a su hija trans. No es una declaración menor. No lo es porque estas figuras públicas no están “defendiendo derechos” desde una tribuna lejana, sino desde la cocina de su casa, desde la conversación íntima, desde el amor. Están diciendo: mi hija es esto, y la amo así. Y quiero un mundo en el que pueda vivir con dignidad.

Ante ejemplos así, resulta inevitable preguntarse: ¿cómo reaccionaría alguien como Santiago Abascal —o cualquier otro dirigente de extrema derecha— si un día su hija le confesara que es lesbiana? ¿Si su hijo se identificara como agénero o se enamorara de alguien racializado? ¿Si una de sus hijas fuera víctima de una violación y no quisiera llevar a término ese embarazo? ¿Si el “problema” dejara de ser una amenaza externa y se sentara a cenar en su mesa?

Es muy fácil demonizar al otro cuando se le deshumaniza. Cuando se le reduce a una estadística, a un estereotipo, a un “colectivo” que se etiqueta como problema social. Pero la vida no pregunta a qué partido votas antes de irrumpir con su caos. Y en ese momento —cuando lo que parecía ajeno se vuelve carne propia— ocurre algo decisivo: o te aferras al dogma, o miras a los ojos de tu hijo y te rompes por dentro… y entonces entiendes.

Políticamente, esto tiene un nombre: empatía. Y no, no es un lujo de los débiles, ni una concesión de los progresistas. Es una herramienta poderosa, racional, y urgente para construir leyes más justas. Una democracia sólida no se edifica con trincheras, sino con puentes. Y para construir un puente hace falta imaginar que tú también podrías tener que cruzarlo.

Nadie está a salvo de la vida. Puedes tener una hija que decida abortar, un hijo gay, un padre enfermo sin recursos, una pareja migrante, o simplemente, puedes cambiar tú. Pensar que nada de eso te tocará es una forma peligrosa de arrogancia. Y legislar desde ahí es condenar a millones por una fantasía de pureza, de control, que la vida se encarga de desmentir cada día. Les bastaría con darse una vuelta por el mundo real para comprobarlo.

Empatizar no es rendirse al sentimentalismo. Es un acto de inteligencia política. Es entender que el dolor, la diferencia, y el amor no son banderas de un bando u otro: son verdades universales. Hacer política desde esa conciencia —la de que todos podemos ser el otro en cualquier momento— es el primer paso para dejar de gobernar contra la gente, y empezar a hacerlo para ella.

Publicado en: España, LGTBI+, opinión, Política, repetibles, REVISTA, SOCIAL




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