
Hay decisiones que, sin ser perfectas, apuntan en la dirección correcta. El anuncio de un abono de transporte unificado en toda España por 60 euros mensuales —30 para menores de 26— es una de ellas. Como idea, funciona. Como principio, ilusiona. Y como regalo de Navidad anticipado, se agradece. Pero si de verdad se quiere fomentar el transporte público, hay que atreverse a ir un poco más allá.
La lógica es sencilla: el transporte público no se convierte en una alternativa real por campañas ni por eslóganes, sino por uso. Cuanta más gente lo utiliza, más fuerza tienen las reclamaciones colectivas. Más usuarios significan más presión para exigir nuevas líneas, mejores frecuencias y conexiones racionales entre poblaciones que, aunque estén a pocos kilómetros, hoy siguen siendo inaccesibles sin coche. El círculo virtuoso existe, pero hay que alimentarlo.
Por eso, el mayor acierto de este bono no es el precio, sino la idea de unificación. Romper la fragmentación histórica entre Cercanías, media distancia y autobuses estatales es un paso clave. El ciudadano no se mueve en compartimentos administrativos; se mueve de su casa al trabajo, al médico o a la universidad. Todo lo que simplifique ese trayecto suma puntos. Todo lo que lo complique, resta usuarios.
Ahora bien, limitar el mensaje a “jóvenes” o a determinados servicios se queda corto. Si el objetivo es cambiar hábitos, no tiene sentido dejar fuera a amplias capas de población que también estarían dispuestas a dejar el coche si el sistema fuese accesible, fiable y sencillo. El transporte público no es solo una política juvenil: es una política territorial, social y económica.
Además, la clave estará en la integración real. De poco sirve un abono estatal si luego cada comunidad o ayuntamiento juega su propia partida. La verdadera revolución llegará cuando el autobús urbano, el tranvía, el metro y el tren formen parte de un mismo sistema comprensible, sin saltos de tarifa ni laberintos burocráticos. Cuando moverse sin coche deje de ser un ejercicio de planificación extrema y pase a ser lo normal.
Este bono es una buena noticia, sí. Es una declaración de intenciones y una señal clara de por dónde deberían ir las cosas. Pero también es un recordatorio de todo lo que queda por hacer. Porque fomentar el transporte público no es solo abaratarlo: es hacerlo útil, coherente y pensado para la vida real. Y en eso, todavía estamos a mitad de trayecto.



















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