
Mientras nuestros amados dirigentes debaten si gravar el vino con un 50% de impuestos (porque claro, ¡la verdadera amenaza a la sociedad es una copita de tinto con la cena!), una peligrosa mercancía cruza fronteras, aduanas y cerebros sin control alguno: la estupidez.
Sí, amigas y amigos, la estupidez internacional goza de libre comercio desde tiempos inmemoriales. Es más, no solo es libre, es viral. Se propaga más rápido que un vídeo de gatitos en TikTok y, a diferencia del vino, no mejora con los años.
¿Por qué gravar el pensamiento?
La lógica es sencilla. Si se puede poner un arancel del 50% al vino —esa antiquísima bebida demoníaca que, según algunos expertos muy sobrios, transforma cenas normales en rituales de Satanás— ¿por qué no aplicar una tasa del 80% a las opiniones sin contrastar, los “me lo dijo mi cuñado”, o los “yo lo vi en un reel de Instagram”?
Proponemos la creación del IGI: Impuesto General sobre la Ignorancia. Funcionaría así:
- Si alguien dice “la Tierra es plana”, ¡zas! 100 euros.
- Si alguien cree que el cambio climático es “una moda”, ¡multazo!
- ¿Crees que las vacunas son un chip para controlar tu WiFi? Te embargamos la cuenta del Candy Crush.
Y si la estupidez es de importación (por ejemplo, un gurú norteamericano que vende cursos para vivir del aire), entonces doble arancel, que no estamos para tonterías.
El mercado negro del pensamiento
Obviamente, esta medida generaría un floreciente mercado negro. Gente reuniéndose en sótanos a decir sandeces sin tributar. Foros clandestinos donde se afirma que Shakespeare era colombiano o que Beethoven inventó el Wi-Fi. Pero tranquilos: proponemos crear la Guardia de Opiniones Lógicas (GOL), equipada con detectores de sentido común y memes con datos.
Estímulo económico y social
Con los fondos recaudados del IGI podríamos:
- Financiar clases de pensamiento crítico en los colegios.
- Comprar filtros para redes sociales que bloqueen publicaciones con frases como “no soy racista, pero…”.
- Y, por supuesto, subvencionar el vino, ya que claramente es lo que mantiene cuerda a la población frente a tanta tontería.
Resumiendo.
Poner aranceles a determinados pensamientos no solo es urgente, sino que es la única vía hacia una sociedad sostenible. Porque mientras el conocimiento paga impuestos, la estupidez se pasea en yate, bebiendo mojitos con sombrero de aluminio.
Así que sí, graven el vino si quieren. Pero por favor, empiecen a cobrarle a la ignorancia. Porque si algo debería costar caro… es andar por la vida diciendo burradas sin pagar ni un céntimo.
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