
Todos los días, me las veo y me las deseo para conciliar mi horario laboral con recoger a mi hija del colegio. Salgo del trabajo a las 17:00, después de una larga jornada laboral, y me espera un recorrido de supervivencia entre atascos, transporte público y un reloj que avanza más rápido que yo. Pero oye, la conciliación está aquí, dicen. Existe. Es real. Nos la han prometido.
-Mentira…-
La conciliación es un espejismo, un término que usan políticos y directivos en ruedas de prensa, pero que no existe en la realidad de una madre trabajadora y soltera con su familia a más de 500 kilómetros. Conciliar es un juego de malabares constante con horarios imposibles y una carga mental que parece no importar a nadie. En verano, la broma se vuelve cruel: mi hija tiene dos meses y medio de vacaciones y yo, 26 días laborables. A ver cómo me lo monto sin hipotecar la paga extra en campamentos o cuidadores. Ah, y esto no es solo en verano, no. Pasa en Navidad, en las fiestas patronales, en Semana Santa y en cualquier festivo que se cruce en el calendario. Sin contar enfermedades.
Me hablan de igualdad. De familia feliz. De que «hoy en día es más fácil ser madre y trabajar». ¿Perdón? Igualdad sería poder terminar mi jornada laboral a una hora que me permitiera recoger a mi hija sin tener que correr como una loca. Igualdad sería que las empresas no penalizaran (de manera sutil pero letal) a quienes tienen hijos. Igualdad sería que los permisos de maternidad y paternidad fueran realmente efectivos, que los colegios tuvieran horarios adaptados a la realidad laboral y que las estructuras de apoyo no dependieran de la buena voluntad de abuelos o vecinos.
Pero claro, todo eso sería demasiado pedir. Así que aquí estoy, parcheando la vida, haciendo encajes de bolillos con los horarios, gastando dinero que no tengo en soluciones temporales y escuchando, un día tras otro, el sermón de la conciliación. Como si existiera. Como si fuera real. Como si de verdad nos estuvieran ayudando.
Ahora, despierten: la conciliación no existe. Y mientras no lo reconozcamos, muchas madres como yo seguirán sobreviviendo en esta jungla, con una sonrisa cansada y forzada y una agenda imposible, pero con la certeza de que si alguien está remando para que esta familia siga adelante, esa soy yo. Sola. Y sí, soy consciente de que nadie me obligó. Pero también sé que no todo el mundo tiene «la suerte» que yo tengo.
PD. Agradezco enormemente lo que las AMPAS de los colegios hacen por madres como yo.
PD2. Gracias, también, a la red solidaria que se crea entre padres-madres en estos casos.
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