
Alicante ha vuelto a arder. Y este año, más que nunca, el deseo era que todo prendiera y cayera, que lo que pesa se hiciera ceniza como los monumentos que durante días llenaron la ciudad de color, sátira y arte. En una de las ediciones más multitudinarias y calurosas que se recuerdan, la Nit de la Cremà ha sido mucho más que el final de unas fiestas: ha sido una metáfora ardiente, un acto de purificación, una catarsis colectiva que deja tras de sí humo, lágrimas y alegría desbordada.
Justo en el cambio de día, con el 24 de junio dando paso al 25, Alicante contuvo la respiración. Un silencio breve, profundo, extendido como un manto sobre la ciudad entera. Y entonces, como un estallido de luz que perfora la oscuridad, la Palmera. Ese estruendo único que señala el inicio de la cremà rompió el cielo a medianoche desde la cima del Benacantil. Lanzada por la pirotecnia Ferrández, de Redován, la palmera monumental volvió a dibujar sobre la bahía su inconfundible paraguas de oro blanco. Veinte segundos de belleza efímera que prendieron el corazón de miles de personas.
La plaza del Ayuntamiento, corazón simbólico y emocional de las Hogueras, fue el primer escenario de las llamas. Las Belleas del Foc, Adriana Vico y Valentina Tárraga, encendieron el fuego junto al alcalde Luis Barcala. Y ese fuego, voraz pero hermoso, empezó a devorar primero la hoguera infantil H2O, de Sergio Gómez, y después Identidad, la obra adulta de Pedro Espadero. Una hoguera de más de veinte metros que, al desplomarse entre chispas y agua, dejó a su paso un espectáculo imponente, mezcla de emoción, nostalgia y alivio.
Tras la cremà en el epicentro de la fiesta, las llamas se fueron propagando en oleadas perfectamente orquestadas por los 90 distritos fogueriles. A medianoche, a la una y media, a las tres y media… Alicante ardía por tramos, como una partitura de fuego que se interpretaba barrio a barrio, desde las hogueras más humildes hasta las de categoría especial. Y entre cada hoguera que caía, un pedazo de la ciudad se renovaba.
En el trasfondo, el sonido del fuego se entremezclaba con las sirenas de los bomberos y el chorro de las mangueras. Más de 180 efectivos del cuerpo de bomberos y 340 agentes de policía participaron en el dispositivo que convirtió esta noche en un espectáculo seguro. Como ya es tradición, la esperada banyà fue el colofón lúdico de la noche. Miles de jóvenes mojados hasta los huesos, provocando, celebrando, riendo bajo el agua que aliviaba el calor de las Hogueras más tórridas desde que se tienen registros. Una explosión de alegría en estado puro, un bautismo colectivo bajo los cielos en llamas.
Cuando el sol asome este 25 de junio, Alicante no será la misma. Donde había arte, solo quedarán cenizas. Donde había ruido, ahora hay eco. Pero entre esos restos nace algo nuevo. Porque el espíritu de les Fogueres es eso: un ciclo perpetuo. Cuando se apaga la última llama, ya empieza a encenderse la próxima. Y aunque este año, para muchos, el deseo de quemarlo todo era más profundo, más íntimo, más necesario, la ciudad ha demostrado que incluso desde las cenizas se puede celebrar la vida.
La Nit de la Cremà 2025 ya es, sin duda, otra leyenda alicantina.
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