
No soy anti (casi) nada, pero debo reconocer que nunca he tenido a Estados Unidos en el pedestal que lo tienen otros. No me ha fascinado el «sueño americano» ni me he deshecho en lágrimas con la estatua de la libertad. Es verdad que me encantan las Converse, veía la NBA cuando la emitían en abierto, que fui usuario de Apple durante una parte de mi vida… Y que en cuestiones rockeras, hay que admitirlo, no tienen competencia. Pero esa fascinación ciega que muchos profesan por lo yankee, simplemente, nunca ha sido para mí.
Siempre ha habido en mí un rechazo instintivo que ha hecho que, a igualdad de condiciones, prefiera un producto nacional o europeo antes que uno estadounidense. Y más ahora, que existen sucedáneos de Coca-Cola vegana que no me obligan a contribuir al engranaje de una de las corporaciones más despiadadas del mundo. Nos han vendido la idea de que lo mejor siempre viene de allí, pero es una ilusión tejida con dólares y márketing agresivo. ¿Realmente necesitamos a Estados Unidos tanto como nos han hecho creer?
Aún sabiendo que en porcentajes, todo tiene una parte yankee, os invito a sumaros a esta pequeña insurrección de consumo. Mi vida sin Estados Unidos sigue adelante. Nos quedaremos sin ver la Ruta 66 o el Empire State, pero el resto, no es para tanto. ¿Qué perdemos realmente? ¿Un cine que nos ha enseñado a idealizar un país construido sobre el expolio? ¿Una cultura que se nos impone como un estándar inamovible mientras arrasa con las identidades locales?
Sé que, macroeconómicamente, esto tiene consecuencias. Sé que dejar de depender de Estados Unidos significaría, en algún punto, que el precio de la gasolina, la tecnología o los coches suba. Pero, en vez de aceptar ese chantaje como inevitable, prefiero pensar en alternativas. Prefiero soñar con que en lugar de destinar cantidades obscenas de dinero a armas y guerras sin fin, los gobiernos inviertan en ciencia, educación, sostenibilidad y desarrollo de políticas de autoabastecimiento. Si el precio de una autonomía real es pagar un poco más por un móvil o un coche, quizás sea un precio que valga la pena pagar.
Si eso significa joder a Trump, o que nos dejen de saturar con todas sus mierdas, habremos ganado muchíiiiiisimo.
Deja una respuesta