Yo siempre he sido un fotógrafo frustrado. Imagino que mi cámara es la mente. No sé porqué, no recuerdo lo que hice antes de ayer, pero mis conexiones sinápticas retienen matices que sólo soy capaz de expresar escribiendo. En realidad son instantáneas que acumuladas se convierten en un álbum. Y como las fotos hoy, caen en saco roto cuando el tiempo solapa otra crónica, otro vídeo, otra foto u otra novedad. Pero, para mí, son el mapa que describe mi vida. Algo así como un pirata que entierra un tesoro, no sabe bien dónde, pero ahí queda para la suerte de quien tenga la curiosidad de ir buscarlo.
¿Por qué os cuento ésto? Porque para contar la historia del sábado de Low, debo contextualizar el punto de partida, que va a ser los fosos de los dos escenarios principales, y el lateral del de Radio 3. No os preocupéis, porque mis fotos de mierda no van a aparecer, pero sí la sensación de acompañar en su trabajo a profesionales que sí son capaces de resumir en un fotograma un concierto, y en 20 un día de festival.
La historia empieza en el concierto de Viscopaf. A las 19.15h bajo una solana de cojones. Imagino que entre el Polo Norte y (el balconing de) Benidorm hay un punto intermedio en el que todas buscamos «la mejor solución». En este caso, en modo disco-pop, con tintes de Chill out veraniego, porque para aguantar una jornada completa de música, viene bien acumular relajación y un buen rollito apto para cubrir un largo sábado de Low. Y de eso los alicantinos van sobrados.
A partir de ahí, empezó la aventura de los fosos. Para el que no lo sepa, el foso es ese espacio entre el escenario y la primera fila, en el que conviven, durante más o menos 3 canciones, los pipas y los fotógrafos. Si nunca has estado ahí, y te gusta la música, la sensación se asemeja bastante a un foreplay. Se te pone la piel de gallina, sientes una vibración similar a lo que hacía saltar por los aires a los «malos» en el Equipo A, y, a veces, hasta te caen gotitas de saliva y sudor del cantante.
Entiendo que a base de repetirlo, como todo, cansará, o se normalizará. Pero la experiencia en sí, es muy recomendable. Y más, si como yo, te estrenas a lo grande: con, nada menos, que Suede.
Yo, de mayor, quiero ser Brett Anderson. Es verdad que todo lo que hace en el escenario está guionizado y no quiero imaginarme las veces que ha ensayado delante del espejo para llegar a ese punto de interpretación, que mejora la esencia añeja (ya) de «trash» o «Animal nitrate». Los fotógrafos se volvían locos disparando a sus piruetas, pero yo me quedé con un tipo, más o menos coetáneo de Matt Osman, que estaba en la primera fila, con gafas, desgarbado, haciendo los coros y moviéndose con la nostalgia que da recrear lo que hace 20 años, más o menos, hacía jóvenes a esos británicos que se revelaban contra la supremacía (musical) yankee, con lo que a la postre sería el saco del brit pop de Blur, Stone Roses, Pulp, The Verve, Supergrass o los Smith.
Lo que Frishman, Morrisey o Anderson representan para la Gran Bretaña, lo simbolizan Los Planetas a la hora de poner en el mapa a Granada. En este mundo de la inmediatez que sepulta todo atisbo de arruga, retrotraerse a un principio tiene mérito. Y más si la ´(re)inflexión te lleva a 1995 y al «Super 8». Es obvio que el tiempo desvirtúa o encumbra las cosas. Pero aunque ahora muchos digan, sin conocerlo, que les cae mal Jota, viene bien recordar el momento en el que pones la aguja encima de ese disco que la RockDeluxe no para de recomendar y empieza a sonar «de viaje». ¡qué viaje! diría yo. Y más para un grunge, en pleno duelo (todavía) por Kurt, que se peleaba en el Instituto con toda la corriente pachanguera imperante de entonces. Visto con perspectiva, «que puedo hacer», «si estás bien» y demás, son la conexión entre mis dos grandes amores de entonces: El Bleach de Nirvana y «Un soplo en el corazón» de Family. Y ¡dios! encadenar a Anderson, con ésto, fue una tiesura que pocas cosas dan en la vida.
Por compromiso cumplí con las 3 primeras canciones de un Mikel Izal que entre la lesión y los pelos, siguiendo con la foto, tenía más aire a Camarón que a fetichismos con mujeres de verde.
Así que para completar la terna, subí al escenario más alto, a ver el directo de Morreo. La risa es que viniendo de un concierto Granaíno, la definición más obvia, era imaginar a Los Ángeles (o a Los Bravos), si hubieran tenido en los 60 un sinte, o pudieran pasarle un filtro ochentero tipo Communards a sus canciones grabadas en 4 pistas. Mola mucho, que la frescura tenga matices de buenas influencias, y, sobre todo, hacer de la simpleza máxima un don. Morreo son jóvenes y eso les da un descaro mágico, que contagia positivismo. Ahí hay talento. Y cuando lo hay, se vive, se disfruta y se dice.
A Ojete Calor le vino mal, en mi opinión, el cambio de última hora. Rompen estereotipos, huyen de etiquetas, son capaces de versionar a Beth y a otras viejas glorias y, viniendo de la «super-expresividad» de Jota y Mikel Izal, que alguien hile un speach con humor, se agradece. Pero el punto erótico-festivo, en ese contexto histórico de mezclar BritPop, Sonido Granada y banda emergente, a mí lógica involucionada, le chirría. Así que me dio por correr para perderme, lo menos posible, del concierto de Will Butler & Sister Squares .
El canadiense, co-fundador de Arcade Fire, se ha sabido reinventar a la perfección. Ha cambiado la cadencia perfeccionista del grupo que se han quedado su hermano y su cuñada, por un aire muy fresquito, que mezcla ratos de baile, con guitarrazos. La puesta en escena está muy cuidada, con él a un lado, las Sister Squares a otro y una especie de muro invisible que la música rompe. El listón estaba alto y la banda, sin tanta historia persiguiéndoles, estuvo a la altura. Porque como pasa, generalmente, en todo lo norteamericano, el directo es mil veces mejor que lo que plasman en un disco. Además, hubo un rollo de sala de conciertos muy peculiar y un filtro de personas con cierto buen gusto, que, por qué no decirlo, se agradece enormemente en esta feria de clanes diversos en la que se han convertido estos saraos.
Ahí, con todos mis respetos, acabó la noche en los dos grandes escenarios. Kavinsky en un concepto muy concreto hubiera molado, pero no era ni el sitio ni el lugar. Y Veintiuno tiene algún hit bueno, pero no terminan de llenarme del todo para verlos a esas horas de la noche en un festival.
Así que más allá de las tres primeras canciones, busqué un fin de noche más alternativo… y, como no, lo encontré en el Escenario alternativo. Primero con Sandré y su fucking punk irreverente.
Retomando el hilo del que venimos, un buen pogo, de vez en cuando, se agradece. A ver, objetivamente, si os fijáis, la gente que ronda los 40 años, que escuchó a todas estas bandas, y similares, que hemos citado, nos criamos en un clima de letras deprimentes, que escribía gente que describía diversos problemas que la mayoría de las veces, vivían en primera persona. Eso, sociológica o psicológicamente, es difícil de entender para la gente que relaciona la música exclusivamente, con el amor, el alcohol, el baile o la simpleza poética más absoluta. Comprendo que el punk tenga poca cabida en eso, como en mi burbuja particular no la tienen Karol G o Maluma.
Algo parecido, al acercamiento que uno tiene cuando alguien como Adrián Bremmer, suelta en pleno concierto final de VVV [Trippin You] un ¡Vivan los centros autogestionados! Los principios son eso, una base que ayuda a que cuando te enfrentas a algo, o te llevas una hostia, tengas un punto al que retornar. Se puede hacer un guiño al «bacalao de los 90» o a Safri duo, para darle un toque frenético a la rabia en modo insolente. Al final, la música es un círculo que las circunstancian cuadran y en un día de personajes históricos y fosos, la historia acaba con una mirada al futuro encarnado por dos bandas emergentes que tiene pinta que van a dar mucho que hablar próximamente.
Mi Polaroid sin revelar del sábado es esa, un primer plano de un ser escuchando con los ojos cerrados, en mitad de las influencias de su pasado y lo que el futuro puede depararle. En la marca de agua, un agradecimiento a La Trinchera por enseñarme el camino a los fosos, a Producciones Baltimore y a los 25 fotógrafos acreditados que hay en el Low.
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