La productividad requiere un tiempo… pero quizá no 40 horas semanales.
Un autónomo se sienta a escuchar una conversación de cena con un profesor, una funcionaria de Ayuntamiento, dos trabajadores por cuenta ajena, una sindicalista, una psicóloga (autónoma) y la dueña de un bar (también autónoma).
En medio, aparte de comida, varios temas superfluos como entrada. Y con el vino, llega el debate sobre la jornada de 37 horas semanales.
Una puntualización previa, común a los autónomos presentes: Entre redes sociales, cuentas, preparativos y práctica, ya nos gustaría trabajar sólo 40 horas a la semana.
Hecho el inciso humorístico, el kit de la cuestión de este artículo es la productividad. Porque hay una coincidencia en el planteamiento de todos los presentes: Una cosa es estar 40 horas en una oficina, o en un colegio, o en una consulta y otra cosa es lo que quitados los cafés, las discusiones, el tiempo que vas y vienes, la planificación, el estrés, la experiencia, la ansiedad, la implicación y demás, queda.
La sindicalista toma la palabra:
– El concepto: Más tiempo = Más volumen de trabajo sacado, es ridículo». –
La psicóloga apostilla que: –«objetivamente, sentir que pierdes el tiempo es motivo de conflicto en gran parte de los enfrentamientos laborales»- Algo así como que esa hora de más, muchas veces es contraproducente, sobre todo cuando por medio hay conciliaciones, rangos de mando con ciertos privilegios o realidades que no tienen porqué compartirse dentro de un equipo.
La dueña del bar, introduce la incertidumbre de que tu beneficio dependa de la reacción de tus clientes, y que – no es lo mismo el horario de mañana, que el de noche-. El profesor sonríe y dice que desde hace años su jornada es continua, que a las 14.00h se va a su casa y, a partir de ahí, la organización de clases, la corrección de exámenes, las tutorías (que quedan pendientes) las gestiona él, algo que hace que su productividad, seguramente, sea mayor.
Como, en el caso de la funcionaria, es fácil convertir esa situación en un motivo de discriminación y mofa a partes iguales, pero esa envidia evidencia que, quizá, el problema de base, es que no todos trabajamos a la vez, ni trabajamos lo mismo.
Uno de los asalariados pone en común su experiencia en Alemania, donde salvo hosteleros, fábricas de 3 turnos, transportistas y servicios de urgencias, el 90% de la población tiene su horario de trabajo (o de estudio) limitado entre las 6 de la mañana y las 15.00h. Hay una regla no escrita en la que de ahí hasta las 18.00h es la hora de vivir (parque para los niños, formación extra, comida con sobremesa, merienda) y a partir de ahí, también tiene un hueco en la ecuación la conciliación familiar y el descanso.
La dueña del bar tuerce el morro: – Esto es el Mediterráneo, no Alemania–
El que falta por hablar, asiente. – Yo tardo una hora en ir y otra en volver al trabajo – dice. Y hay otras circunstancias agobiantes que no se tienen en cuenta en la jornada… – mi sobrino es autista y requiere unos cuidados, igual que mi tía que tiene ELA – Hay quien puede trabajar hasta las 14.00h o teletrabajar y hay quien llega a las 20.00h a su casa, sin ganas para demasiadas cosas.
Mi pregunta es ¿Cuántos divorcios se evitarían con un horario unificado? o ¿Cuánto ahorraríamos en psicólogos si hubiera un equilibrio entre vida social, trabajo, descanso y formación?
De verdad: – ¿a alguien le compensa trabajar hasta las 22.00h? – No lo creo.
El postre, menos tenso, nos regala las conclusiones. Cinco, escritas en una servilleta:
- Productividad. La implicación tiene un límite. Y la autogestión del tiempo de trabajo es la que aumenta tu rendimiento. Acumular horas por cumplir un expediente, al final, es contraproducente, porque por un lado provocas hastío, y por otro generas conflictos. Sólo tú sabes cuándo rindes más. Y porqué rindes más así.
- La no coincidencia de horarios hace imposible la conciliación, no solo familiar, tampoco la social.
- Agotar horas de trabajo evita que evoluciones. Si dedicas 40 horas a seguir un proceso que controlas, evitas la opción de probar cosas diferentes que puedan mejorar tu trabajo, ordenarte de otra manera. Mejor. Pierdes la innovación. Y, además, discriminas la necesaria formación que, teniendo un fin laboral (idiomas, programas alternativos, etc) no debería estar fuera de tu horario laboral.
- No vemos el problema como algo común. Y hay factores, como el horario límite que es común a funcionarios, asalariados y autónomos. Como en casi todo, falta empatía.
- Las personas y nuestras circunstancias no siempre pueden equipararse a un número. Hay planteamientos que dependen más de la sociología o la psicología, que del hecho de formalizar en una regla común una teoría que no se adapta a las diversas situaciones que existen.
Está claro que generalizar es imposible. Cada uno tiene sus circunstancias. La servilleta queda arrugada con restos de coulant de chocolate y carmín. Mañana seguiremos trabajando igual, cada comensal de una manera diferente, conscientes de que si las cosas fueran de otra manera, podríamos vernos más a menudo y hablar de más cosas. Eso, también requeriría cierta productividad y orden, supongo.
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