La celebración por los cien años del Cine Ideal —cerrado desde hace un cuarto de siglo— no fue una protesta al uso. Y quizá ahí reside su fuerza. En tiempos donde el desacuerdo suele expresarse a gritos, en pancartas incendiarias o en trincheras políticas cada vez más estrechas, reunir a decenas de personas para recordar un cine es casi un acto revolucionario. Una pantalla, un piano, un edificio que resiste, y una comunidad que dice sin decir: esto es lo que somos.
Porque la imagen de ese grupo frente al Ideal tiene más peso que cualquier eslogan. Habla de nostalgia, sí, pero sobre todo de pertenencia. De una forma de entender la cultura que no se basa en la novedad frenética ni en la estética importada. Es la reivindicación de algo que ya tuvimos y que, lejos de ser un capricho, sigue representando un modo de vivir la ciudad.
Alicante viste demasiado a menudo el disfraz de la indiferencia. La velocidad con la que todo cambia ha convertido la memoria en un lujo, y esa amnesia práctica nos está saliendo cara. No todo puede demolerse, reformarse o maquillarse según la tendencia del mes. Hay fachadas que no quieren —y no deben— mimetizarse con los diseños de cebra, el té matcha o los menús gourmet de cincuenta euros. No porque estas cosas estén mal, sino porque no son lo único que define a una ciudad con alma.
Podemos ser ambas cosas: modernos y herederos de nuestra propia identidad. Podemos tener los cines Aana, Las Cigarreras, el MACA, el MARQ y el Teatro Principal, pero también conservar un espacio que forma parte del pulso cultural de Alicante. No es política, no es imposición, no es postureo. Es sentido común. Es memoria. Y una necesidad obvia: queremos, al menos, discutirlo.
Y quizá por eso la celebración de los cien años del Ideal se sintió tan poderosa. Porque una pantalla proyectando una película de hace 100 años en un cine apagado recordó que hay vida más allá de la especulación, del negocio vacío y de esa ignorancia disfrazada de progreso que está dejando el centro de Alicante sin relato, sin raíces y sin moral.
A veces, reivindicar es simplemente no dejar que se apague la luz. Y anoche, aunque el Ideal siga cerrado, Alicante brilló un poco más.
















Deja una respuesta