Alicante vuelve a batir récords. Y no de cultura, empleo digno o transporte público, no. Aquí lo único que corre es el precio del alquiler, que ya ha superado por primera vez los 13 euros el metro cuadrado. Un hito, dicen algunos. Sí, un hito… pero hacia el abismo.
Casi un 9% más caro que hace un año, un 88% más que en 2008, y una brecha que convierte un piso de 80 metros en un lujo estilo Dubai: 1.040 euros al mes para vivir, como mucho, con ventilador y sin ascensor. Pero eso sí, con un café a 3,50€ abajo del portal, porque lo importante es mantener la estética “ciudad aspiracional para gente que nunca vivirá aquí”.
La receta es la de siempre: especulación, turistificación y el festival del pelotazo continuo, tan nuestro como el castillo de Santa Bárbara, pero sin el encanto.
Y cuando llegue el día —que llegará— en que esto sea un estercolero moral, sin identidad ni vecinos, cuando no quede ni un oriundo para votar al alcalde, cuando Alicante sea una maqueta bonita pero vacía, entonces tal vez alguien se pregunte qué ha pasado. Aunque lo dudo. Para entonces estaremos todos fuera, exiliados entre recibos, mudanzas y nóminas insuficientes.
La postal perfecta: cafés chic, turistas perdidos y vecinos que desaparecen
Porque esa es la otra cara de la ciudad: cafés “chics” donde nadie toma café, boutiques que cierran en seis meses, borrachos desorientados que llegan pero no vuelven, “coliving premium” para nómadas digitales que se creen Indiana Jones por vivir en Carolinas… y una juventud que cobra 1.200 euros y paga 1.040 de alquiler. Matemáticas creativas marca Alicante.
¿Y la idiosincrasia? Ah, esa la tiramos por el sumidero hace tiempo. Si al final da igual: lo importante es que la ciudad luce bien en Instagram.
Barrios de ricos, barrios imposibles, y barrios que ya no tienen a quien echar
San Juan: 15 euros el metro.
Vistahermosa: subida del 14%.
El centro histórico: 16 euros.
Carolinas, Altozano, Campoamor: récord también.
Benidorm, Finestrat, Alfaz: entre 15 y 16 euros.
Nadie se salva. Ni siquiera los barrios que antes eran refugio del bolsillo ya pueden llamarse populares. La provincia entera se ha subido a la ola. Una ola que no saca a flote. Ahoga.
Lo realmente trágico es que aquí ya no queda proyecto de vida posible para mucha gente corriente: profesores, sanitarios, camareros, dependientas, jóvenes, familias, mayores, los de siempre. Los que sostenían los mercados, las plazas, los comercios de toda la vida, los que daban sentido a las calles.
En esta dinámica solo ganan los mismos de siempre. Y pierden los que hacen barrio, comunidad, cultura, ciudad.
Si seguimos así, Alicante será muy bonita para ver… pero totalmente imposible para vivir.
Una postal sin remitente, sin alma y sin gente.
Ojalá reaccionemos antes de que lo único que quede en pie sean los edificios y los alquileres.
Porque lo demás, lo verdaderamente valioso, ya está bordeando la puerta de salida.
















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