
Hay un tipo de individuo que abunda más de lo que nos gustaría: el paleto con placa, con responsabilidad, con la ilusión de que un pequeño atisbo de poder le convierte en un semidiós. Es aquel que, con un boli y un talonario de multas, te sanciona con la impaciencia de quien no espera ni a que respires. Es el joven que se hace el dormido en el Tram cuando una persona mayor se agarra a la barra con la fuerza de la desesperación. Es el político que cree que arrodillarse ante su superior de turno le otorga honorabilidad cuando, en realidad, lo deja en evidencia. Y seguro que tú estás pensando en unos cuantos ejemplos más.
Vivimos tiempos oscuros, sí. No porque la vida haya sido alguna vez especialmente justa, sino porque ahora, con tanto «jefe de algo» sin entender de nada, la torpeza se ha institucionalizado. El tipo que se cree con autoridad por llevar uniforme o el que piensa que su puesto de quinta categoría en una jerarquía irrelevante le permite humillar al prójimo, son los herederos espirituales de aquel personaje de Alfredo Landa en Los Santos Inocentes. El pobre diablo que, siendo un simple desgraciado, cree que oprimiendo al aún más desgraciado se convierte en terrateniente.
El sumun se lo llevan los comerciales de telefonía y eléctricas que, con sonrisa falsa y promesas de ahorro que son puro humo, llaman a tu puerta con la seguridad de que no te venden nada más que un timo bien maquillado. Lo saben ellos, lo sabes tú. Es un juego siniestro, una danza hipócrita donde ambos fingimos que no sabemos que todo es mentira. Y aún así, ahí están, insistiendo con la resiliencia de una plaga, para cobrar el puto sueldo mínimo engañando, mientras sus jefes van en yate.
No es que uno se haga viejo. Es que el mundo está lleno de aspirantes a pequeños tiranos, de mediocres con ínfulas, de parásitos con corbata y trajes de Zara y de serviles que creen que lamer botas es la antesala del éxito. Y a veces, lo peor de todo es que tienen razón.
En fin, yo seguiré con mi principio básico: «no le hagas a los demás lo que no te gusta que te hagan a ti». Hay otros que la realidad no te deja mantener, pero ese sí. Y viendo cómo está el patio, parece que muchos han decidido reformular la frase como «hazle a los demás todo lo que puedas antes de que te lo hagan a ti».
Así nos va.
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