
San Gabriel, barrio marinero y obrero, antaño aislado del mapa emocional de Alicante, brilló anoche como nunca. En la penumbra intencionada de sus plazas, entre velas y voces, celebró un siglo desde que la luz eléctrica llegó a sus calles. Ironías de la historia: se apagaron las bombillas y se encendieron cientos de candiles para conmemorar el centenario de aquella primera chispa que encendió el porvenir.
Hace cien años, cuando el sol se marchaba, San Gabriel se sumía en la oscuridad. No había farolas, ni neones, ni pantallas. Solo estrellas y candiles, como los que anoche volvieron a ocupar su sitio, no por necesidad, sino por memoria. Porque este barrio, con alma propia y cicatrices industriales, ha aprendido a recordar celebrando.
Las plazas Menéndez Pelayo y del Refugio —auténticos corazones del barrio— se llenaron de vida: talleres infantiles, conciertos, aromas de vermú y granizado, risas que rebotaban en los muros del parque. Las mesas compartidas por comparsas, los músicos como Billy Mandanga o el violinista Omar, tejieron una banda sonora ecléctica y familiar. Salsa, versiones, flamenquito romántico… la música era tan diversa como sus gentes, como ese crisol de inmigrantes que hoy dan identidad a San Gabriel y que han aprendido a convivir en un pequeño universo mediterráneo.
La fiesta fue más que una celebración: fue una reivindicación. Porque San Gabriel, ese rincón del sur que muchos miraban como periferia, ha crecido a fuerza de coraje y reinvención. Donde cerraron fábricas, florecieron comercios. Donde el cemento pesaba, se levantó El Palmeral como pulmón verde. Donde el tren dividía, el futuro Tram promete unir: con la playa, con Alicante, con Elche, con el mundo.
A punto de perder sus vías, el barrio busca nuevas conexiones. Pero no olvida. Ayer, con velas encendidas en cada rincón, se encendió también la conciencia de un lugar vivo, con historia, con presente, con comunidad. Porque conocer es entender, y entender es querer, aunque no hayas nacido, ni vivas allí.
Y si hacen falta mil velas más para que el resto de la ciudad mire hacia aquí, que vengan. Porque en San Gabriel, cuando se apagan las luces, se encienden muchas cosas que merece la pena sentir.
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