
Nos hemos acostumbrado, demasiado rápido, a la narrativa de la confrontación que intenta imponer Maga Élite y sus pobres secuaces europeos- Pero aunque sus métodos de distracción son eficaces (entre la mayoría inculta que secunda sus «movidas»), hay gente que se revela a ser una continuación tecnológica de la «Milana bonita» y los santos inocentes de Delibes.
En un mundo donde el dinero es el eje central del poder, hablar de resistencia sin una estrategia económica real es, en el mejor de los casos, ingenuo y, en el peor, cómplice de la perpetuación del statu quo. Pero, ¿quién sabe? igual sin quererlo, en la rebelión cotidiana, está la solución para contravenir los supuestos macroeconómicos.
El reciente desplome del patrimonio de Elon Musk en 116.000 millones de dólares es un acicate para quienes todavía creen en la libertad, en la gente y en la oposición frontal a eso que los datos pretenden que seamos. La historia nos demuestra que cualquier intento de sustituir el sistema monetario tradicional ha sido absorbido o destruido por el mismo mecanismo financiero que pretende desafiar. Desde las criptomonedas hasta las economías basadas en el trueque, todas han terminado dependiendo de la estructura que critican. Así que no, sobre el papel, no hay escapatoria mágica ni botón de reinicio. Pero sí hay pequeños gestos que, acumulados, pueden hacer temblar un poco la mesa donde juegan los de siempre.
E irónicamente, en un mundo de consumo, la forma más efectiva de rebelarse es no consumir. Y menos, si eso que vas a comprar lleva determinadas etiquetas, o pertenece a personas como Musk, Bezos o alguien similar. Porque, por suerte, de momento, hay alternativas para evitar recurrir a ellos.
Visto con perspectiva, no hace falta soñar con destruir Wall Street. Si aún le compras el café a una multinacional y tu móvil está fabricado en un país donde los derechos laborales son un chiste. No hace falta hablar de revolución si no puedes renunciar a Amazon para comprar un libro o si te aferras a Twitter mientras sus algoritmos alimentan la polarización.
Quizá, el verdadero cambio empieza cuando reciclas de verdad (y no solo cuando te acuerdas), consumes productos de proximidad, te pasas de Twitter a Bluesky, dejas de engullir cultura estadounidense sin cuestionarla y, sobre todo, aceptas que la Tierra es redonda sin necesidad de un debate.
La confrontación directa con el sistema económico parece estéril, pero ¿qué hay de pagarles con su misma moneda? ¿Es posible generar una redistribución real de la riqueza a través de sus propios instrumentos? El problema radica en que cualquier estrategia que intente subvertir las reglas del capital desde dentro termina sirviendo a los mismos intereses. La idea de una revolución económica desde la acumulación de poder financiero choca con el hecho de que el sistema está diseñado para impedir que ese poder cambie de manos sin su consentimiento.
El verdadero cambio no vendrá de una confrontación directa ni de una emulación del modelo de acumulación de riqueza. Tal vez la respuesta esté en la descentralización de los recursos, en la creación de redes alternativas de colaboración económica que no dependan del capital especulativo ni de los mercados tradicionales o, simplemente, en repartir.
Mientras llegamos a una conclusión definitiva, lo que sí podemos hacer es dejar de jugar su juego sin darnos cuenta. Porque mientras sigamos midiendo el éxito en términos de capital, nunca habremos salido del laberinto moral del que queremos salir.
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